GUILLERMO CHUMILLAS JIMÉNEZ
Coordinador General de la FCMA
Director pedagógico del Colegio San Enrique de Quart de Poblet (Valencia)
Introducción
Hablar del compromiso cristiano, añadiendo la dimensión carismática, y atendiendo a una aplicación práctica es un objeto un tanto difícil de definir y, por tanto, de exponer.
En las anteriores intervenciones, las magníficas exposiciones del Prior General Míceál O’Neill sobre “la espiritualidad carmelita en la actualidad” y el Padre Sevo Agostinho “el Cristocentrismo vivenciado en Madre Asunción”, nos han mostrado la vigencia y la ejemplaridad de Madre Asunción y nuestro carisma en el mundo actual.
Dando un paso más, nos adentramos en el compromiso. Hablar de éste, per se, es introducir un elemento muy íntimo y personal de cada ser humano. Nos sumergimos en una dimensión compleja de situar y analizar. Por tanto, el objeto de esta exposición es más una reflexión sobre el mismo más que un trabajo que pueda definir unas directrices universales de esta área tan personal.
Sin embargo, esto no quiere decir que no podamos hablar o reflexionar sobre él, ni tampoco establecer ciertos parámetros, características y rasgos distintivos que podemos compartir (desde nuestras experiencias personales), analizar, experimentar y trabajar en nosotros mismos.
Todo ello, con ciertas licencias nacidas de la experiencia personal que, a mi parecer, no pueden ser diseccionadas de la propia exposición. Trataré de ser lo más conciso, práctico (dado el citado tema de mi exposición) y, por qué no, útil.
Contexto
Para hablar de todo ello, empezaré desarrollando el contexto inherente a nuestra sociedad ya que alguien dijo alguna vez que somos hijos e hijas de nuestro tiempo.
Es evidente que en esta sala compartimos vivencias desde el punto de vista social y cultural, de varias generaciones y todo ello establece, de forma evidente, diferencias sustanciales. Sin embargo, no podemos evadirnos de lo que está sucediendo en la sociedad hoy en día (independientemente a la generación que pertenezcamos cada uno de nosotros).
El hecho religioso en España, como vemos en las estadísticas, se está retrotrayendo y cada vez se vislumbra una bajada (no acusada, pero si persistente) con una subida del porcentaje de población que se declara atea o no creyente.
Total personas creyentes en España: 58.8 %
En el contexto europeo, lo que está sucediendo en España, es una realidad común y compartida y, aunque no estamos aquí para reflexionar y debatir sobre las causas, consecuencias y el proceso en sí mismo, me gustaría introducir algunas de las que, a mi juicio, son causas propiciantes del desarrollo que estamos viviendo de pérdida del sentimiento y la pertenencia religiosa (o espiritual):
1º) Hedonismo:
Es igual a egoísmo, como valor fundamental, principio y fin del concepto de persona y estructurado por un capitalismo deshumanizado. El culto a la persona y a una imagen de perfección constante, se ha instalado como un valor en sí mismo y un objetivo de vida mercantilizado para las nuevas generaciones. En sí mismo, la naturaleza humana ha proyectado siempre su desarrollo (a todos los niveles, interiores y externos) en base al bien común. Este paradigma, sin embargo, ha cambiado desde hace algunas décadas, con la introducción del relativismo (todo vale, no hay verdades absolutas) y las redes sociales (un nuevo producto del capitalismo más deshumanizado, ajeno a la construcción social y cuyo foco es la ganancia material a toda costa y por encima de todo).
2º) Transformación del estado del bienestar al estado de la comodidad:
En el sentido de que el ser humano se concibe a partir, no de un desarrollo interior, sino como material (que se percibe únicamente a través de los sentidos). Todo se ha simplificado de tal forma que la reflexión sobre el pasado y el futuro desaparecen engullidos por la vorágine de un presente sin pausas, acelerado, que no deja espacio al pensamiento, la reflexión y, por tanto, al desarrollo de la interioridad.
3º) La crisis de valores.
En el contexto anterior, como una verdadera pandemia (por desgracia, conocemos muy bien este concepto y sus consecuencias), se ha extendido una forma de vida, carente de sentido vital humano. No hay oportunidad de reflexión profunda porque no hay tiempo; no hay conocimientos profundos porque cada vez se lee menos y la calidad de la literatura es menor. Alguien afirmó hace tiempo que la inteligencia está en todas las personas porque todos aprendemos de nuestras propias experiencias, pero la sabiduría solo se daba en algunas personas, aquellas capaces de aprender de las experiencias de otros seres humanos.
Todo lo que nos rodea hoy en día está diseñado (por personas que desarrollan algoritmos matemáticos que tienen el objetivo de monetizar toda actividad). Los valores no tienen un desempeño monetario, sino que se basan en la gratuidad, la solidaridad y la generosidad (no voy a entrar en los valores relacionados con la espiritualidad que tendrían mayor grado de componentes contrarios a esta visión material del mundo).
En definitiva, tenemos problemas serios como sociedad, porque además se ha constituido un movimiento (relacionado con todo lo anterior) de falso positivismo, aquel que llena de eslóganes vacíos los medios de comunicación, las estanterías de las principales librerías y de titulares provocativos las redes sociales.
Este movimiento llama a lanzar frases llenas de optimismo, a decir “lo políticamente correcto”, a afirmar que todos podemos hacer lo que nos propongamos. Y no es así… porque lo que realmente nos ha hecho progresar, es enfrentarnos a la adversidad con nuestras limitadas capacidades, pero con valor y valores, viviendo el sufrimiento, el reto, la incertidumbre, el miedo… porque gracias al ejemplo de vida de Jesucristo estamos llenos de CREENCIAS, en plenitud de la fuerza de la convicción y del combustible más poderoso que pudo, puede y podrá cambiar el mundo: el amor.
REALIDADES
De la misión al compromiso
¿Y por qué empiezo mi exposición con lo anteriormente expuesto? Porque el compromiso cristiano está inserto en esta sociedad, forma parte de ella y vive de ella. Cuando hablamos del uso de internet, hablamos de nuestros propios hábitos; cuando hablamos de personas, hablamos de cada un/a de nosotros/as, que vivimos con los mismos mensajes, actitudes, posibilidades y, en definitiva, la misma realidad.
Podemos aceptarlo o podemos excusarnos. Mi vida, desde mi juventud, ha sido un privilegio, con una familia cristiana en la que he experimentado el valor de la vida, el amor incondicional y el sacrificio de quien lo poco que tiene, todo lo pone al servicio de sus hijos/as. Y, sin embargo, no siempre supe valorarlo, verlo, percibirlo… porque mi generación, y yo mismo, ya manifestábamos los tres condicionantes de la sociedad con los que habría esta intervención.
Hoy día, en la Iglesia en general, nos hemos modernizado un poco, pero como publicistas amateurs, sin demasiado convencimiento de que el mensaje que queremos trasladar es un mensaje que de verdad quiere conectar. Hemos extendido una capa de maquillaje para no quedar en evidencia, a modo de cebo, para que los jóvenes (y no tan jóvenes) “piquen” y acudan… y después qué.
Mi experiencia con jóvenes empezó con 19 años… desde entonces he ido viviendo diferentes realidades. Y la primera reflexión que quiero hacer aquí espero que no hiera a nadie… pero desde hace mucho tiempo la Iglesia, en general, ha dejado de hablar el lenguaje de Cristo.
Hablan de liturgia, hablan con palabras que han desaparecido del léxico popular y/o están cogiendo polvo en un diccionario que nadie abrirá para conocer el significado, es decir, la comunicación hacia los “fieles” (mirad que palabra tan bonita y, a la vez, peligrosa; fiel es aquel que se va a mantener pase lo que pase… y asumir esa situación es muy presuntuosa) ha roto con la más básica de sus características: el mensaje debe involucrar a la persona, conectar con ella, en su forma y en su fondo. Podemos pensar que lo hacemos, pero si fuera así, ¿las parroquias se estarían vaciando?
La primera reflexión que quiero hacer se basa en una pregunta: ¿Queremos hacer que NUESTRA FE sobreviva? Si la respuesta es sí, bajo mi opinión, esa fe desaparecerá porque la fe no es nuestra. Es un regalo de Dios que nace y se desarrolla en cada persona de una forma personal, íntima y diferente. Convierte a la persona (el núcleo esencial de él o de ella) en un ser irrepetible, especial, único y maravilloso.
Para mí, la pregunta que debemos hacernos es si queremos hacer que otros vivan la Fe (sin posesivos). Si es eso lo que de verdad deseamos, debemos hacer un ejercicio de comprensión, empatía, confianza y generosidad porque debemos aceptar al prójimo en su diferencia, porque Dios lo ha creado, incluso muy alejado de Él mismo, porque nos ha dado la libertad de elegir.
En la película “La cabaña” (invito a quien no la haya visto todavía a que la vea… creo que es la esencia misma del cristianismo, explicada de la forma más humana, clara y simple, además dirigida a jóvenes y no tan jóvenes) una de sus escenas se centra en un paseo por un lago entre Jesús y el protagonista. Viendo los peces bajo sus pies en el agua cristalina, Jesús le dice a su acompañante: “mira ese… ¡qué belleza! llevo semanas intentando pescarlo. Su compañero reflexiona y le contesta: “¿Por qué no le ordenas que muerda el anzuelo?”. Jesús, en su sabiduría le indica: “Eso no sería divertido”. Las personas debemos elegir en libertad.
La realidad es que nos hemos convencido desde hace mucho tiempo que esto de la Fe es patrimonio nuestro, que nosotros sabemos lo que le conviene a los demás y que lo que los jóvenes deben hacer es hacernos caso. Hemos patrimonializado la fe. Cuando al inicio hablaba del capitalismo, añadí el adjetivo, deshumanizado. La fe para que sea real, debe ser humana y libre, una propuesta, un camino que se puede elegir recorrer… o no. Y esto conlleva riesgo y confianza. Riesgo porque puede ser que, si dejamos elegir, las personas NO ELIJAN el camino que a nosotros nos gustaría. Y confianza, porque si de verdad creemos en Dios, hemos de dejarnos llevar por sus designios, asumiendo que cada persona es un regalo de Dios en la que debemos creer.
A mí me gustaría que el mundo no estuviera sumido en esta crisis de valores, que no hubiéramos pasado por una pandemia… pero no ha sido así y, en este contexto, bajo esta realidad, nos hacemos presentes para seguir caminando al lado de Jesús, en libertad y henchidos por la fuerza y la alegría del espíritu.
“Si somos arrastrados a Cristo, creemos sin querer; se usa entonces la violencia, no la libertad”
San Agustín
Bajo este prisma, tendremos que organizar nuestras actividades, nuestra vida y nuestras decisiones. La organización es fundamental para progresar, sobre todo en tiempos de crisis.
ADAPTAR, COMUNICAR Y AGRADECER.
Nuestra tarea, en responsabilidad, debe adaptarse. No solamente a los tiempos sino a las necesidades de las personas, a aquello que les importa, aquello que viven en su realidad. Por ello, es muy importante adaptar el lenguaje, los gestos, las actividades, las canciones, al momento y a las inquietudes de las personas a las que nos dirigimos. Y en su preparación, debemos obviar “MIS PREFERENCIAS”, es decir, mis gustos… debemos de dejar de proyectar lo que nosotros hemos vivido, y pensar en la otra persona.
Un error muy común en los centros educativos y en las parroquias es reproducir canciones y oraciones (en su forma más tradicional) que tienen más de 20 años… Digo 20 años porque es el período que podemos, a grandes rasgos, considerar una generación. La mayoría de todo aquello que provenga en bruto (sin adaptar) y se realice en un contexto será, en el mejor de los casos, irrelevante (en el peor provocará rechazo). No se hace con mala intención, pero se descontextualiza un mensaje porque se pierde de vista que debemos comunicar a otra persona, de otra generación, que vive en otro momento temporal (no voy a entrar aquí en los grandes cambios que se han producido en la última década).
Esto no es nuevo, ya que los evangelios, se escribieron bajo este prisma. Se dirigían a distintas culturas (judía, griega…) y, sin cambiar la esencia del mensaje de Cristo, supieron introducir referencias y adaptarse a los rasgos culturales de las ciudades y comunidades con los que se comunicaron.
Yo, que todavía me considero joven, cada vez me encuentro más perdido cuando hablo con los adolescentes sobre sus gustos y aficiones. En muchos casos, me siento muy perdido porque mis inquietudes, mis gustos, se han alejado de ellos, no de forma intencionada, pero sí de una forma efectiva por la propia evolución que toda persona debe desarrollar en la vida. Por poner un ejemplo, una pareja experimenta cambios significativos en su relación a lo largo de su vida marital. El enamoramiento es una etapa, pero debe pasar para asentar un proceso de afecto, comprensión e intimidad que fortalezca su comunión. No sería sano que se viviera permanentemente en una eterna adolescencia (aunque los psicólogos hablan desde hace tiempo del “Complejo de Peter Pan” que hace que los adultos no evolucionen y permanezcan en esta etapa juvenil… lo cual no es sano ni para ellos ni para sus hijos).
La adaptación conlleva una mejora en la comunicación. Como bien sabemos, la comunicación puede ser verbal y no verbal; debemos saber dirigirnos correctamente según el tipo de persona (edad, sexo, contexto) o grupo, pero también hay que propiciar que el lugar comunique y, de nuevo, una comunicación efectiva hacia el otro (no hacia mí mismo).
Las parroquias, nuestros espacios grupales, los centros educativos, deberían comunicar hacia las personas que van dirigidos. Niños, jóvenes, adultos, personas mayores… son grupos distintos con necesidades distintas y con un bagaje muy distinto. En los centros educativos: luz, color, alegría, naturaleza y música. La palabra de Dios que llega a los más jóvenes no puede estar rodeada de oscuridad, tristeza, apatía y dolor. Debemos encender la llama de los más pequeños y alegrar el espíritu de los más jóvenes.
Para los jóvenes, contextos de encuentros (que empiecen o acaben con la palabra de Dios) y acciones solidarias; para los adultos comidas, con foros para debatir sin juzgar, con tiempos para reflexionar de forma tranquila y sosegada y seguir formándose para seguir creciendo.
Y agradecer siempre, toda presencia, acción o palabra, gestos incluso… agradecer. No lo hacemos, muchas veces por nuestros propios prejuicios decimos (o peor, no decimos y pensamos) lo que se tiene que hacer y cómo hay que hacerlo.
Mejor que indicar, poner ejemplos y, por supuesto, lo deseable… SER EJEMPLO.
Y todo esto, ya lo sabía nuestra fundadora la sierva de Dios Madre Asunción, pero no sé si todos lo tenemos claro. No podemos decir que la fe es alegría si estamos tristes, estresados, agotados, indiferentes o enfadados todos los días… (o casi todos). El mundo no es perfecto pero el primer cambio que debe percibir la gente que nos rodea no es el los demás sino en nosotros mismos.
Proust decía aquello de que “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. Y eso pasa por dejar de presentarnos como estrellas del firmamento, protagonistas insustituibles, poseedores de la verdad… y, con extrema HUMILDAD, asumir que somos un instrumento de Dios para su PROPUESTA, e insisto en lo de propuesta porque debemos aceptar con alegría también a quien no quiere seguir nuestro camino. Jesús nos lo mostró muy claramente… en el evangelio de Juan (8, 1-11) cuando la adúltera es salvada por Jesús de ser “ajusticiada” por la multitud. ¿Por qué?
Porque Dios no condena a las personas sino a los pecados que cometemos; nos libra con su infinita bondad y ternura. Jesús, después de salvarla con aquel “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, le dice que siga su camino y no vuelva a pecar. No le dice sígueme… sigue tu camino y no lo vuelvas a hacer.
Jesús adapta su mensaje a la persona y a la multitud (contraviniendo la ley), comunica con claridad y sencillez (no les da un sermón de una hora como estoy haciendo yo aquí, para que entiendan las bondades de no matar a alguien de una pedrada) y, al final, respeta la libertad de la persona (un verdadero acto de amor y agradecimiento hacia el regalo que Dios nos ha concedido, nuestro libre albedrío). IMPRESIONANTE.
La propuesta
Como un viaje, creo que podemos establecer diferentes paradas en nuestro sendero de crecimiento personal. Desde pequeño, hoy puedo reconocer en mí diversos cambios, unos más superficiales y otros muy profundos. Desde luego, los cambios más profundos han sido los que, de forma consciente he tenido que reconocer y luego comenzar a trabajar para cambiar. Encontrar momentos para ello, puede que no sea fácil, sin embargo, es mucho más difícil, detectar y aceptar con extrema humildad nuestras carencias o defectos (a veces, vicios que ya hemos interiorizado y que conlleva un camino arduo de recorrer).
Cada persona, puede hacer esta reflexión, normalmente, y es muy recomendable, en quietud. Encontrar un lugar, en donde pueda abstraerse del “ruido” y el contexto social que tanto nos condiciona. En silencio, con una leve música, con los sonidos de la naturaleza. Y a partir de ahí hacernos una simple pregunta: ¿Qué quiere Dios para mí?
Cuando empezaba mi exposición, comenté que es muy difícil hablar de una aplicación práctica generalizada, es decir, estandarizada, porque la respuesta de cada persona a esta pregunta será muy diferente. Seguro que habrá similitudes, pero en esencia cada uno/a de nosotros/as tiene experiencias, realidades, edades diferentes que han construido nuestra vida actual, han influido en nuestra visión del mundo y en nuestro impacto en él.
Aquí me gustaría detenerme, en el impacto. Todos/as tenemos un impacto en el mundo, en nuestro contexto, en la historia de la humanidad. Igual que todos somos inteligentes (es un hecho científico demostrado… salvo alguna excepción que a todos se nos vendrá a la cabeza) todos influimos en la historia de la humanidad, evidentemente de formas muy diferentes y con mayor o menor profundidad. Si partimos de esta base, somos un fragmento extraordinariamente valioso de la sociedad presente y futura.
Podemos verlo como una gran responsabilidad (que la es) que nos atrapa y, por tanto, nos pesa, o bien, verla como un regalo, una oportunidad manifiesta para hacer algo importante.
Si lo vemos desde el prisma de la losa (de responsabilidad), mucha gente tiene diversos mecanismos para evadirse (sería un tema muy largo de desarrollar aquí, pero en definitiva nos puede llevar por sendas “peligrosas” ya que nos puede convertir en personas muy egocéntricas). Todas nuestras acciones son muy limitadas, ya que siempre hay diferentes situaciones que justifican nuestra falta de compromiso real.
“Cuando te contentas con una obediencia material, obligada, no realizas el acto interno de una renuncia personal; aunque externamente obras según la orden recibida, interiormente tu voluntad sigue siendo egoísta; no puedes, por tanto, decir que has inmolado tu libertad y te has abrazado a la de Dios.”
Testamento Materno, comentario a la 13ª máxima “Aquí no se debe hacer más que la voluntad de Dios […], pág. 134
Por el contrario, vivir y experimentar la vida desde la gratitud, como un regalo muy valioso, cambia mucho la visión. En primer lugar, es un regalo, y un regalo se da a alguien que se aprecia. Dios nos ha regalado la vida. Y no es un regalo cualquiera. Con nuestras palabras podemos cambiar el estado de ánimo de los demás. Nuestros gestos animan las acciones, nuestros pensamientos nos hacen soñar con mundos increíbles. Y siempre hacia fuera… palabras, gestos y sueños que se transformen en acciones para otros seres humanos (más cercanos o lejanos). Las Hermanas en esto son expertas. Entregar su vida, renunciar a todo, por otros, desconocidos en tierras lejanas… qué gran valor, qué enorme gratuidad y generosidad.
Y todo inspirado por la Sierva de Dios Madre Asunción que, de nuevo, hizo de su vida un regalo a otros.
Dios, para los laicos, nos hizo también el mismo regalo, nuestra vocación tiene ciertas diferencias, pero su esencia es la misma y los rasgos que derivan de él también son comunes. Por lo tanto, en esencia, el compromiso en sí mismo es adentrarse en la autoconciencia de que nuestra esencia vital es hacia el otro (el prójimo), por tanto, nuestra vida es servicio (hacia los demás, padres, hermanos, hijos/as… amigos… desconocidos).
El regalo de la vida tiene sentido cuando entendemos que esa esencia personal, única e inimitable, es una huella que se quedará permanentemente en el devenir de la historia, más allá del tiempo y el espacio, porque ha impactado en el corazón de los demás. El servicio humilde, sin contraprestación de ningún tipo, es la acción más comprometida, más sincera y valiosa que el don de la vida en cada persona, hace florecer en la existencia (propia y ajena).
Es verdad que la capacidad de percibir y experimentar el don de la vida como un regalo es innato en algunas personas (Howard Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples hablaba de la inteligencia intrapersonal y sus pupilos, que profundizaron en sus teorías e investigaciones, introdujeron la inteligencia espiritual). Para otros, entre los cuales me sitúo, es un proceso que, a veces me ha costado admirar y asumir (más allá del concepto de responsabilidad del que antes hablaba).
Y para que esto se produzca en todos aquellos que no tenemos dicha capacidad desarrollada de forma innata, hay varias características reconocibles, que se podrán trabajar en mayor o menor medida según cada persona y cada experiencia vital. De igual manera, aquí es muy importante recordar que el componente personal (trayectoria vital, experiencias, valores familiares… situaciones específicamente personales) marcan mucho tanto el proceso como su propio recorrido.
Trataré de exponer aquí las características intrapersonales que considero que fortalecen y desarrollan el sentido mismo de la persona (considerada está en su complejidad, un regalo de Dios a la humanidad) y su compromiso como ser humano.
- Humildad
Además de la limpieza del corazón, que es indispensable, todavía hay otro medio para atraer sobre sí la mirada paternal de Dios, y es la humildad. La misericordia rebosa allí donde la misericordia es reconocida humildemente.
Testamento materno, 9ª máxima, pág. 100
Sin protagonismos. La ciencia de la antropología y los estudios más recientes sobre la evolución humana han permitido afirmar con certeza absoluta que nuestra evolución como especie y predominancia natural se basa en los mecanismos de solidaridad y cooperación entre nuestros antepasados. Y este camino es imposible recorrerlo sin un valor inherente a ellos: la humildad, el reconocimiento de la necesidad de unos y otros y del servicio a un ideal/valor más importante/grande que nosotros mismos.
Conforme hemos ido evolucionando y nuestra psique ha ido comprendiendo y dando respuestas a nuestra propia existencia, nos hemos dado cuenta de que Dios está en el centro de ese desarrollo y que atesoramos en nuestro interior cuanto necesitamos para progresar como especie, como individuos cuando nos entregamos al servicio a la comunidad, a los otros (a nuestros prójimos), como afirmaba anteriormente, hacia fuera.
Sin embargo, nuestro contexto actual no ayuda en nada a reivindicar esta experiencia (no lo llamo “hecho” porque hay que sentir la emoción de dicha acción para entenderla como, por ejemplo, cuando de pequeños nos henchíamos de orgullo cuando nos halagaban por una buena acción sobre otra persona). El materialismo exacerbado, sin control, nos ha llevado a construir una sociedad de la comodidad que nos potencia el individuo y su individualismo para lograr ensalzarse como un ser digno de ser reconocido por todos. Y, por desgracia, la mayoría hemos entrado en esa dinámica, desde múltiples áreas. Las redes sociales son las vías perfectas a ello. Y, si bien es cierto, que han ayudado en puntuales ocasiones y circunstancias a acercarnos unos a otros, en esencia están diseñadas para lo contrario. Monetizar y convertir en capital material la comunicación entre las personas, me parece perverso y lo estamos aceptando de forma inherente a nuestro devenir diario, sin protestar e incorporándolo en nuestros procesos naturales de relación con los demás.
Hace tiempo, en una reunión, mantuvimos un debate sobre la introducción de determinadas herramientas digitales para motivar al alumnado. Está claro que generalizar no es la forma más preclara para explicar una situación, sin embargo, el uso de las redes sociales como forma normalizada de relación tiene ciertos riesgos que, como una gota de agua pura y limpia en un océano de podredumbre, tiende a diluirse y contaminarse. Nuestras intenciones pueden ser las mejores, sin embargo, hay que adentrarse en un mar de aguas bravas que no controlamos y que cuenta con injerencias e intereses que nos superan.
Aprovechemos lo bueno que nos pueden dar estas herramientas, pero estemos atentos a no ser “contaminados” por sus efectos. Seamos humildes y reconozcamos que también somos vulnerables a sus efectos y construyamos senderos que nos garanticen proteger nuestra humanidad (regalo de Dios).
Que sean muy de Dios, que vivan en humildad. La humildad es la base de todo el edificio de la vida espiritual.
Madre Asunción Soler
La humildad es el secreto de María. Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia ella. El ojo humano busca siempre la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso. Dios, en cambio, no mira las apariencias, Dios mira el corazón (cf. 1 Sam 16,7) y le encanta la humildad.
En diciembre de 2021, el Papa Francisco, en su Audiencia General, nos decía que “solo la humildad es el camino que nos conduce a Dios y, al mismo tiempo, precisamente porque nos conduce a Él, nos lleva también a lo esencial de la vida, a su significado más verdadero…”.
Hay varias preguntas que podemos hacernos para poder reflexionar sobre nuestra humildad:
- ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme, ser alabado, o más bien pienso en servir?
- ¿Sé escuchar, como María, o solo quiero hablar y recibir atención?
- ¿Sé guardar silencio, como María, o siempre estoy parloteando?
- ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar peleas y discusiones, o solo trato siempre de sobresalir, de tener razón?
- Escucha
Debemos hacer de nuestro corazón un sagrario donde hablemos con Jesús donde quiera que estemos. Nadie nos lo puede impedir.
Testamento materno, pág. 29
Dedicamos mucho tiempo en pensar, diseñar y organizar actividades e iniciativas para los grupos, para nuestro día a día… Si nuestro compromiso es real, debemos saber escuchar, dedicar nuestro tiempo a conocer a las personas, comprenderlas… eso solo es posible como un acto generoso, donando nuestro tiempo y poniéndolo al servicio de quien necesita expresarse. Existe un fenómeno con el que no sé si alguna vez habréis coincidido; se trata de que una persona llega y comenta que ha pasado mal la noche… inmediatamente se desata una reacción en cadena, en la cual la otra u otras personas del grupo al que se dirigía empiezan a comentar que ellas aún lo han pasado peor… es una especie de competición por ver quien se lleva la medalla de oro de “estoy más echo polvo que tú”. Parece que queremos ser protagonistas, ser el centro de atención… y para ello hay que quejarnos, decir que si tú tienes un problema yo tengo veinte… En definitiva, no tengo tiempo para ti… soy yo quien necesita atención de los demás.
A veces, me han comentado algunas personas muy cercanas a mí que parece que no tengo muchas complicaciones en mi vida. Y la verdad, es que presupongo, que tengo los mismos problemas e inquietudes que los demás, porque cada uno sabe los que tiene en su vida, pero no me gusta ponerlos de manifiesto en todo momento. No sé si tiene mucho sentido, pero cuando alguien viene a hablar conmigo, entiendo que es porque realmente lo necesita y si me manifiesta lo mal que ha pasado la noche no es para que yo empiece una “competición” de “yo lo he pasado peor”. En definitiva, Dios lo ha puesto en mi camino… ¿Qué quiere Dios para mí?
Por ello, más que pensar habría que dedicar un tiempo diario a interiorizar. La interioridad es un aspecto muy olvidado y/o arrinconado en nuestras vidas. La velocidad a la que gira hoy el mundo no nos da respiro. Por ello, es importante que hagamos hueco y nos esforcemos en encontrar esos minutos a lo largo de un día que nos ayuden, no solo a pensar, sino a profundizar en el propio pensamiento y la reflexión de qué ha significado mi día en los demás (no solamente en nosotros mismos).
Si hemos de estar atentos a las personas, dedicarles tiempo para comprender, valorar, empatizar y acompañar, como podemos olvidarnos de escuchar a Dios. Él nos habla, cada día y casi a cada instante. Su obra es un mensaje maravilloso directo de su corazón. ¿Lo atendemos lo suficiente? ¿o nos escusamos en lo ocupada que está mi agenda? ¿Solamente me siento a rezar/escucharle a hablar con Él cuando tengo un problema o le comento como ha sido mi día (como haríamos con nuestra esposa, nuestros amigos, nuestros padres y familiares… ¿Cómo escuchamos a los demás (nuestros prójimos)? ¿Con prisa?
En este sentido, en el evangelio de San Marcos, encontramos una máxima preciosa “El que tenga oídos para oír, que escuche y entienda”. Luego agregó: “Presten mucha atención a lo que oyen. Cuanto más atentamente escuchen, tanto más entendimiento les será dado, y se les dará aún más.”
De igual forma, el Papa Francisco, en el mensaje de Cuaresma de 2023 “Ascesis cuaresmal, un camino sinodal”, afirma con claridad, y rotunda templanza que “Escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos”.
- Alegría
Y llegamos a una de las claves de la vida. La alegría de vivir, la alegría en el sentir, la alegría de compartir… la alegría de disfrutar del paisaje, de la compañía, de la experiencia… a pesar de que la vida nos trae momentos complicados de asumir. Porque la alegría es paz en el alma. Vivir la vida sabiendo que es un regalo de alguien (Dios) que nos ama sin fisuras, que siempre nos acompaña con cada latido, con cada inspiración, con cada aliento que exhalamos y que fundamenta nuestras palabras. Saber que la alegría es la herramienta, la llave, que abre la vida a la felicidad.
A nivel físico, sonreír libera endorfinas, serotonina y otras analgésicas naturales que contribuyen a aumentar el bienestar. Además, la sonrisa también reduce los niveles de hormonas responsables del estrés como el cortisol o la propia adrenalina. Por lo tanto, existen motivos materiales para hacerlo casi a cada instante.
Pero más allá de los beneficios en nuestro día a día, la alegría del cristiano es una actitud que se basa en el reconocimiento de Dios en nuestra vida. Evidentemente, no todos los momentos que componen la vida de una persona pueden ser felices. Tampoco sería sano esto ya que todas las emociones son necesarias para nuestra salud psicológica y emocional y tienen un propósito (como Dios lo tiene en nuestro devenir). Sin embargo, reconocer el privilegio de la vida, los tesoros que esconde en las palabras francas, amables, sinceras, en los amaneceres, en el rocío de la mañana, en el beso de un padre o una madre, en la caricia de un hijo, o en la mirada de un recién nacido en la que solo se refleja la vida pura y el amor del Padre… y podría continuar.
Porque la alegría es la paz en el alma, cuando no hay intereses ocultos y cada decisión, palabra y acción buscan el bien, el equilibrio y lo mejor para cada persona.
Es verdad, que todo esto puede no ser fácil. Al fin y al cabo somos humanos y siempre hay una lucha interna entre nuestro yo interior, ese instinto animal que nos lleva a separarnos de los designios más altos a los que Dios nos tiene destinados.
Por ello, si la humildad, la escucha y la interioridad no están presentes en nuestra vida, es complicado equilibrar nuestras decisiones. Porque si no estamos atentos, de nuevo como hijos e hijas de nuestro tiempo, podemos caer en la falsa alegría, la que el Papa Francisco define como “trocitos de dolce vita”, fruto de una sociedad no alegre que inventa de todo para entretenerse (Misa matutina en la capilla de Santa Marta, 28 de mayo de 2018).
La alegría cristiana se sustenta en el mensaje de Jesús, en el amor de Dios y, en nuestro caso, en el ejemplo de vida de la sierva de Dios Madre Asunción. Porque esta alegría es auténtica porque vive en la auténtica experiencia de vida. Se une a las personas, reconoce su dignidad y acompaña a las personas como sello identificativo del alma cristiana, llena de la esperanza de Dios. Y siempre hacia fuera, hacia los otros y por los otros.
Y desde la comprensión de que todos tenemos días malos, vivencias tristes, incoherencias y frustraciones. Todo ello es fruto de nuestra humanidad, de la que no podemos renegar, porque sabemos que también es regalo de Dios. Y para entender esta esencia, Dios nos ha dado diversos ejemplos de vida, el primero Jesús para que podamos entender la vida y su grandeza desde las limitaciones humanas.
Como decía el Papa Francisco en este sentido, “la alegría fortalece la esperanza y la esperanza florece en la alegría. Y así vamos adelante. Pero las dos […] indican un salir de nosotros mismos”.
En conclusión
A modo de conclusión, me gustaría que pudiéramos reflexionar sobre el “y ahora, ¿qué?”. No sé si todo esto suscita preguntas, reflexiones… la verdad, es que me gustaría que así fuera. Me gustaría que viéramos este fragmento de Álex Rovira titulado “El cambio”.
Tres factores fundamentales: RESPETO, ADMIRACIÓN y AFECTO. Ciertamente, el respeto debería nacer del autoconocimiento, la sinceridad y, evidentemente, de la humildad como valor intrínseco al carácter cristiano y don de Dios. La admiración como mecanismo que activa nuestra imitación a partir de figuras que nos puedan inspirar: Jesús de Nazaret, tantos santos y santas, personas de nuestro alrededor y, por supuesto, el ejemplo vivo de Madre Asunción y las Hermanas que hoy día hacen pervivir el carisma congregacional allá donde se encuentran. Y por supuesto, el afecto, el amor como motor del cambio, como núcleo de la persona en la relación con Dios y con nuestros semejantes.
Y ahora, ¿qué? Cuestionarse, bajo mi punto de vista, es muy sano, siempre que después vaya acompañado de la acción, la acción transformadora de nuestra vida y, por extensión, del mundo. Porque esa energía de la que habla Álex Rovira, es el grano de arena que puede desencadenar una auténtica tormenta, la del amor de Dios, para que todo lo cambie. No debemos entender la vida, desde cambios gigantescos, sino pequeños y profundos.
Los que me conocen bien, bromean conmigo sobre si padezco TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). La verdad es que es posible, porque no puedo ver objetos desalineados, cuadros colgados a diferentes alturas… pero más allá de lo anecdótico, creo profundamente en que el verdadero cambio reside en los pequeños detalles, en aquellos casi imperceptibles, los que caerán en el anonimato o, por qué no, en la invisibilidad (esto no quiere decir que no tengan impacto).
Al final, la conclusión a todo esto, es que debemos vivir nuestra fe de una forma activa, no pasiva, compartiendo lo que somos (y somos mucho si de verdad activamos todo el potencial que Dios ha introducido en nuestros corazones). Al final, nuestro cuerpo es una extensión del amor de Dios… desde nuestro cerebro que construye sueños maravillosos, hasta la boca que los verbaliza, con palabras y gestos; y las manos majestuosas que pueden derribar muros de desesperanza y desatar inmensas olas de alegría, de convivencia, de solidaridad…
En definitiva, el compromiso cristiano desde nuestro carisma identitario, debería sustentarse en una acción de vida cuyos pilares sean la humildad, la escucha (propia en la interioridad y la de la generosidad hacia la escucha a los demás) y, por supuesto, la alegría del reconocimiento que tiene nuestra vida, ese don regalado por Dios, siempre para otros y hacia otros.
Y siempre atentos a los peligros derivados de la sociedad actual. Una sociedad que inmersa en un capitalismo inhumano, corre a toda velocidad e inhabilita el corazón de las personas para comprender el verdadero significado de la vida (más allá de lo material). Nuestro escudo, nuestra gran fortaleza está en Dios, en la humanidad de Jesucristo y en el ejemplo de vida de nuestra querida Madre Asunción.
Para ello, construir nuestra vida desde valores activos. Aquel que se quiera implicar que se implique de la forma que sepa y pueda, pero aquel que no lo haga que cuando su mirada se fije en nosotros solamente vea un ejemplo de vida y a Dios en nuestras palabras, en nuestra sonrisa y en nuestra mano siempre tendida.
Para acabar me gustaría que pudiéramos ver un extracto de la charla de Víctor Küppers que nos traslada de forma muy amena algunas de las claves que todo proyecto de vida que se proponga a cualquiera debería tener (como creo sinceramente que tenía el mensaje y la propuesta de Jesús en el siglo I).
“Tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros” … ¿nos suena verdad? Hay personas que transmiten evangelio, a veces sin saberlo. ¿Por qué? Porque Dios está en todos y en todo… pongamos atención… escuchemos con atención…
Al final de toda mi intervención, no puedo dejar de afirmar que vivir la vida desde un compromiso cristiano, más allá de propuestas, actividades, proyectos, formación, encuentros y un largo etcétera, se resume en que es una actitud de profunda consciencia que debemos trabajar en nosotros cada día para poder demostrarlo en cada acción. De esta forma, nuestro día a día se transforma en una acción continua que invita porque acoge, alegra a la vista y acaricia sin palabras el alma de las personas… porque el mayor regalo de Dios, ya se encuentra en nuestro interior desde nuestro primer latido y solamente espera a que la despertemos.
Muchas gracias, por escucharme y dedicar con generosidad este tiempo compartido.
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