Juan Salas Magaña
Delegado de JPIC de Quart de Poblet
Desde Valencia, con amor. El título parece recordar a una entrega cinematográfica de la saga 007 – James Bond. Pero tiene en realidad otro cariz, otro contexto muy diferente. No hace mucho, se produjo en esa ciudad española una catástrofe natural que dejó profundas secuelas en gran parte de sus habitantes. Hubo víctimas, en diversos niveles, de diferentes formas. Pero el denominador común es que se trata, en cualquier caso, de personas, con nombres y apellidos, con historias personales de muy diversa índole. Personas, en resumidas cuentas. Todas y cada una de esas personas son hijos de Dios, más allá de las circunstancias de sus vidas.
Para los creyentes en Cristo, no hay problema en aceptar esto; al contrario, es parte de nuestro ADN cristiano partir de ese punto básico. Esto no significa que todos lo procesemos de igual modo, pero debe haber un hilo común entre los creyentes que permita establecer una tendencia a una mirada convergente. Tal vez parezca innecesario proclamarlo, pero en realidad es bastante necesario en los tiempos que corren. Resulta curioso observar cómo personas con la misma fe pueden albergar actitudes tan dispares entre sí, al punto de parecer diametralmente opuestas. Está claro que somos humanos y, como tales, tendemos a caer fácilmente en consideraciones demasiado subjetivas, que a menudo derivan en antagonismos. Uno puede preguntarse cómo se produce tal circunstancia. Y acaso entonces empieza a descubrir que quizá se ha pasado por alto algún aspecto importante, que se nos ha pasado a muchos, y que de haberlo cotejado desde el principio, no habría derivado en posturas tan dispares. ¿Cuál sería ese aspecto, me pregunto? No me tengo por sabio ni genio, pero de repente asoma una palabra vital: el AMOR.
Afrontar tanto alegrías como dificultades desde el amor ofrece un modo de procesar los acontecimientos que, al final, dispersa más bien poco; al contrario, parece presentar un aspecto general de marcha unificado. Parece algo obvio, pero hay que observar con atención para no perderse los detalles.
Durante los días siguientes a la tragedia, me causaba admiración ver largas filas de voluntarios acudiendo con todo lo que pudiesen considerar apropiado para ayudar. Sin preguntas, sin mandos, sin banderas. ¡Admirable! Una idea me asaltaba con cierta insistencia: tal vez el Espíritu Santo, tan creativo en su forma de soplar sobre el mundo, tenía un modo de actuar que sobrepasaba cualquier idea preconcebida. Tal vez su forma de demostrarnos que todos somos hijos del Padre y estamos bajo su misma ley era poner de acuerdo a tantas personas para salir a ayudar con misericordia y generosidad. Como dije antes, los detalles son importantes.
En nuestro día a día, es frecuente considerar, por ejemplo, que los jóvenes representan una generación bastante perdida. Sin embargo, vi a multitud de ellos dando el callo para ayudar, a menudo durante varias jornadas seguidas, de un modo totalmente altruista. Y no había grandes organizaciones consolidadas dirigiendo, todo surgió de manera misteriosa y espontánea. ¡Insisto, admirable!
Pero llegados a este punto, me gustaría profundizar más, valga la metáfora. Si con relativa facilidad se acusa a los jóvenes de inmovilismo, de pasividad e inconsistencia moral, con determinados colectivos la cosa es aún más sangrante. Hablamos de aquellos a quienes solemos llamar religiosos. Hubo bastantes de ellos (sacerdotes, monjas, etc.) que se echaron a la calle con palas y sacos de provisiones, con medicinas y toda suerte de cosas materiales. Abrían los templos y casas de oración para acoger y socorrer sin preguntarle a nadie por su credo. Me gustaría señalar aquí algo más que a menudo ni se considera: me refiero a su presencia y apoyo personal, algo que solamente cuando estamos en circunstancias angustiosas sabemos valorar con cierta profundidad. Y que por cierto, no es baladí.
No hay que ser un lince para encontrar por diversos medios muchas imágenes de filas enteras de jóvenes voluntarios dando un deslumbrante ejemplo de solidaridad. Y lo valoro muy positivamente, conste aquí. Sin embargo, resulta un tanto complicado encontrar igualmente imágenes de religiosos a pie de obra con los miles de afectados, incluso vestidos con sus característicos atuendos de consagrados. Honradamente, pienso que hay una especie de actitud hacia ellos que hoy día se conoce como cancelarlos. Los detalles son importantes. He tenido la suerte de conocer testimonios de gente que no es practicante precisamente, y que me ha producido orgullo por sentirme parte de la Iglesia, que sufre con los que sufren.
Uno de esos testimonios literalmente me contaba que cuando se marchó a ayudar (lo hizo dos días consecutivos, y a pie desde otra población a varios kilómetros de distancia) lo primero que observó fue…era el desconcierto y desajuste que imperaba en ciertas conocidas organizaciones, y ante ese panorama optó sin vacilar por presentarse a la puerta de una parroquia en la población afectada a ofrecerse en lo que hiciese falta. Ante la avalancha de necesitados que acudían a dicha parroquia, el sacerdote le propuso repartir alimentos y ropa entre los damnificados, entre los que había ancianos, niños y mujeres sin techo o en precario. No le hizo falta reflexionar sobre su fe en aquellos momentos, simplemente entendió que era la opción perfecta y se le había presentado, del modo que fuese; se limitó a aceptar y agradecer la suerte de haber encontrado con tanta facilidad la oportunidad de ser solidario. ¿Sería exagerado por mi parte pensar que ahí estaba el Espíritu Santo soplando a su modo? El detalle es importante: tanto mi amigo como quien gestionaba esa parroquia trabajaron juntos por una misma causa profundamente cristiana, que también humana pues en realidad no hay lo uno sin lo otro.
Redacto este mensaje mientras veo a tiro de piedra la Navidad. Por descontado hay tragedias que dejarán una huella persistente en muchas personas, pero que con cierta probabilidad se darán un respiro emocional durante este tiempo, al menos lo suficiente para tratar de seguir adelante. Un poco de apoyo para ellos sería un regalo de amor muy elocuente, un acto de misericordia al estilo de Jesús. Y por otra parte, a quienes se volcaron con los desamparados tal vez Dios Padre les ha dado la gracia de servir en su plan de implantar el Reino de los cielos aquí en la tierra.
Finalmente me parece muy oportuno extender esta carta abierta a otras tantas situaciones, otros países y poblaciones que están actualmente bajo circunstancias apremiantes, sea por catástrofe o por causas políticas, económicas o de otra índole. Puesto que todos formamos parte de la familia humana y consecuentemente hijos de Dios, cuando alguien sufre se convierte en el destinatario más indicado para la misericordia. Y es a través de nuestras manos que la Providencia interviene muchas veces, sólo necesita nuestro SÍ.
Empezaba este escrito de modo un tanto peliculero, pero ya avisé que la apariencia era engañosa. El único parecido es la palabra AMOR, tan a menudo dicha con descuido.
Un fuerte abrazo para todos vosotros, hermanos y hermanas en Cristo.
Foto: Labores de limpieza y desescombro en Paiporta, Valencia,
Comentarios recientes