Cristocentrismo en Madre Asunción Soler
Sevo Agostinho
Sacerdote diocesano
Cuando yo era estudiante de Teología, mi profesor de Salmos, Dr. Couto dice en una de las clases: “nosotros no deberíamos caminar mirando hacia adelante, sino, todo lo contrario, caminando de espalda y mirando hacia atrás, para que pudiéramos mirar, observar y contemplar de donde vinimos, qué hemos hecho y seguir yendo”. Con estas palabras Couto quiso decir, que, nuestra vida, nuestro día a día es una continua relectura de nuestra propia historia o, mejor dicho, nuestra vida se entiende mejor en la medida en que releemos las huellas que dejamos al pasar, es decir, una relectura del pasado que se apoya en un presente débil, efémero y fugaz, pero sí, nuestro presente.
De esta forma el horizonte en que nos movemos se abre desde un ángulo que se amplía en la medida en que nos alejamos y avanzamos de espalda. Esta amplitud hacia atrás nos ofrece la oportunidad de plantear una pregunta curiosa y desconcertante: ¿Qué ha pasado en el futuro?
El sueco David H. Ingvar en su artículo “Memory for the future” (1985) habla sobre el “cerebro prospectivo” que demuestra que una de las funciones del cerebro humano es utilizar la información almacenada en el pasado para imaginar, simular y predecir posibles eventos. La memoria sobre todo la episódica está implicada en imaginar eventos que no existen y en simular futuros acontecimientos aún no sucedidos. Mirar hacia atrás es una oportunidad para percibir con fuerza lo que está para llegar.
La Sagrada Escritura nos hace la siguiente propuesta: “Traed a la memoria los días pasados (…) No perdáis ahora vuestra confianza. Dios es el Señor del tiempo y de la historia de Él es el pasado, el presente y el futuro. Dios es el futuro absoluto porque Él es el único capaz de hacer todo nuevo y aunque así sea, ni todo está dicho, sino que, la vida es un hacer continuo, por eso, los latinos decían: ni “omnia sunt nova” – ni “omnia dicta sunt”.
Desde esta perspectiva el autor de la Carta a los Hebreos nos exhorta que “en muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que por él había creado los mundos y las edades” (Heb 1, 1-2).
La razón de este enfoque introductorio es una llamada de atención y una manera de situar a los participantes de este encuentro que la presente ponencia gira al entorno de la vida de alguien que nació en 1882 y falleció en 1959. Su edad correspondiente en la actualidad sería la de 142 años y desde su muerte hasta nuestros días sería de 65 años, una edad que muchos de nosotros presentes en esta sala todavía no hemos logrado alcanzar.
Por este motivo, estamos obligados a remontar y reconstruir un pasado lejano y con el peligro de que nuestra lectura esté influenciada con los criterios de juicios basados en el hoy, es decir, forzar una lectura meramente fundamentada en los criterios y métodos de la actualidad, lo que implicaría hacer una lectura creyente de la actualidad.
La preocupación es ¿Cómo entrar en la mente y en el ser de Madre Asunción Soler para comprender lo que realmente vamos a afirmar aquí, si corresponde a la verdad? Pues, nos ayudarán en esta ardua tarea la lectura en filigrana de sus escritos, testimonios y otro material relacionado a su persona.
Nuestro tema trata del Cristocentrismo en Madre Asunción Soler. Lo primer de todo es aclarar qué entendemos por Cristocentrismo para luego poder atribuirlo a la persona de Madre Asunción Soler, evitando cualquier tipo de ambigüedad. Pues, ¿de qué vamos a tratar? ¿de cómo Madre Asunción Soler entendió el Cristocentrismo, o, cómo el Cristocentrismo encaja en Madre Asunción Soler? Vamos empezar ofreciendo algunas aclaraciones y aproximaciones pertinentes.
Aclaraciones y aproximaciones pertinentes
La primera aclaración pertinente consiste en que uno de los grandes logros de la Cristología posconciliar es el intento de traer de vuelta la humanidad de Jesús. K. Rahner nos advirtió que buena parte del pueblo creyente era inconscientemente “monofisita”, es decir, niegan que en Jesucristo haya dos naturalezas, pues, buena parte del pueblo creyente niega la verdadera humanidad de Jesús por considerarla enteramente absorbida por su divinidad. Una concepción así, tiene graves consecuencias en la medida que “fabrica” un Jesús alejado de nosotros, arrojado a la esfera de mito, forjando una espiritualidad cristiana alejada de la espiritualidad de seguimiento. Y aquí está uno de los graves problemas que siempre ha acompañado la espiritualidad cristiana y la teología a lo largo de la historia.
La teología y la espiritualidad cristiana siempre han estado acompañados por el dualismo maniqueo en una batalla gnóstica entre cuerpo y alma. Y esta teología y espiritualidad siempre se decantaron a favor del alma y del espíritu, de aquí una de las dificultades para el cristiano ejerce su fe en el mundo, pues, según esta manera de entender la vida y la espiritualidad lo más razonable es huir del mundo pecaminoso y refugiarse en la transcendencia de lo espiritual. Algo así desinfla el misterio de la encarnación del Verbo.
Redescubrir la humanidad de Jesús es encontrarse con esta persona en la cual Dios se revela en la historia, es redescubrir que Jesucristo es Dios Hijo cuya divinidad se revela y se manifiesta en su completa y singular humanidad. Pannenberg decía:” en lugar de presuponer ya la divinidad, hay que plantear en primer lugar el problema sobre cómo el acontecimiento histórico de Jesús lleva al reconocimiento de su divinidad”.
De esta manera el detectar la presencia de Dios, y de lo de divino en el espesor de la realidad, de la humanidad, de la secularidad en la materia, en el cuerpo tiene que ser una tarea constante. Y esta actitud es lo que ha permitido que la vida y el mensaje de Jesús estuviera en el centro de la reflexión cristológica posconciliar.
En la reflexión anterior al Vaticano II los misterios de la vida de Jesús, el reinado de Dios, las parábolas, la buena noticia de salvación estaban unidos a la espiritualidad, en cambio, en la reflexión posconcilio esta ya es la tarea de la Cristología y de todos los que se dedican a la reflexión sobre la persona de Cristo.
Las mejores reflexiones cristológicas posteriores al Vaticano II se apoyan en un panorama marcado por la vida de Jesús, su relación con el Padre a quien él llama Abba, su entrega al servicio del Reino que anuncia, su forma de entender la Ley y el culto, su manera de relacionarse con los pobres, su actitud de cara al poder y los poderosos, la radicalidad y profundidad de su mensaje, la conflictividad que generó su muerte al ser muerte de cruz
Esta nueva forma de reflexionar la persona de Jesús, permite la recuperación de la humanidad de Jesús evitando caer en nuevas formas de docetismo o gnosticismo que conducen a un Cristo que no se parece con Jesús, provocando que lo que debía ser la máxima afirmación cristológica sobre Cristo se convierte en un estorbo para reconocer y seguir a Jesús.
En un mundo marcado por el increencia recuperar la humanidad de Jesús es un logro importante, pues, una cristología elaborada desde “arriba” hacia “abajo” resulta más difícil acercarse a la realidad, al paso que una cristología elaborada desde “abajo hacia arriba”, es decir, desde la humanidad resulta probable y consecuente para entender la persona de Jesús.
Cristocentrismo
La segunda aclaración y aproximación que debemos hacer de nuestro tema es sobre el Cristocentrismo. ¿Qué entendemos por Cristocentrismo? Demetrio Fernández González, profesor de Cristología durante muchos años en el Seminario de Toledo y actualmente obispo, en su libro “Cristocentrismo en Juan Pablo II” ofrece una definición de Cristocentrismo que me parece bastante solvente. Dice Demetrio Fernández: “Cristocentrismo” es el lugar que ocupa Jesucristo en toda realidad creada. Él es el centro de la vida de cada hombre (y de cada mujer), de la sociedad, de la historia y del cosmos”.
Con esta definición podemos entender que el Cristocentrismo” es el planteamiento que coloca a Jesucristo en el centro del universo y de la historia humana, que considera a Jesucristo como revelador supremo de la verdad divina para el hombre, como el único y universal salvador de todos los hombres”, porque él siendo Hijo de Dios, es el Verbo del Padre que se ha hecho carne, llegada la plenitud de los tiempos.
El Cristocentrismo es el propio proyecto de Dios que nos ha elegido un camino para comunicar su vida, su fidelidad, su bondad y su belleza a toda la criatura y especialmente al ser humano que él mismo ha creado a su imagen y semejanza. Este proyecto pensado desde toda eternidad se realizó en la persona de Jesucristo (Ef. 3, 11), porque “todo fue hecho por él y sin él nada existe”, nos recuerda San Juan en el prólogo de su evangelio. (Jn 1,3). Es en Jesucristo donde Dios expresa a la creación su bondad, belleza y gloria. Por eso, el ser humano sin el acercamiento de Cristo en su condición humana para darle lo que con la redención ha venido a traerle para su recapitulación se queda en nada.
Pero, una vez que recibe lo que la redención le ofrece alcanza una grandeza sin límite porque tiene algo de lo mismo que Cristo lleva en su encarnación. En este sentido la GS 22 afirma rotundamente que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (…). El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es el hombre perfecto que restituyó a los hijos de Adán la semejanza divina, deformada desde el primer pecado. En El la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime. Pues, el mismo Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo el hombre”.
Desde este sentido podemos atrevernos decir que el Cristocentrismo siempre trae consigo una dimensión trinitaria. El Cristocentrismo se entiende desde la Trinidad porque el acto de la creación, cuando Dios crea al Hombre o al ser humano utiliza un plural que nos hace pensar más allá. Dice el libro del Genesis en la narrativa de la creación del hombre: Dice Dios “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. E hizo Dios al hombre, (…) a imagen de Dios lo hizo, es decir, a imagen de Cristo, el que en la plenitud de los tiempos se encarna en la historia de la humanidad y por supuesto, allí también participa el Espíritu. Dios no crea solo, sino crea con el Hijo y con el Espíritu Santo, en quien se recrearán todas las cosas, por eso, Dios dice; “hagamos”. La creación es obra de la Trinidad. El Salmo 8 se pregunta; “¿Qué es el hombre para que te acuerdas de él, el ser humano, para darle poder?” / “lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”. San Ireneo, Contra las herejías III, 20, 1 afirma: “Esta fue la magnanimidad de Dios: que el hombre pasase por todo y tuviese conocimiento de la muerte y viniese después a la resurrección de los muertos y aprendiese por experiencia de donde ha sido liberado para que viva siempre agradecido al Señor, tras haber alcanzado de Él el don de la incorruptibilidad y ame más. Al que más se le perdona, más ama”. En esto consiste la fuerza del Dios creador que se realiza en la debilidad del hombre creado y pecador salvado por Cristo y vivificado por el Espíritu Santo.
El Cristocentrismo se fundamenta en la persona de Jesucristo que es la clave, el centro, el principio y fin de toda historia humana porque todo ha sido creado por El y para El y en El todo converge. En medio de tantos cambios, fenómenos y acontecimientos que afectan nuestro mundo, nuestra historia y la realidad del ser humano en sí, el único que no cambia es Cristo porque Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre” (Heb 13, 8). Por eso, él es la única solución de todos los problemas de ser humano y del mundo. Él es el Señor de la historia, el Señor del pasado, del presente y del futuro.
Rasgos de Cristocentrismo en Madre Asunción Soler
- Ser Santa
En Testamento Materno, Madre Asunción Soler escribe: “solo pienso en hacerme santa y que Jesús haga de mi lo que quiera, no deseo otra cosa que agradarle me abandono a lo que quiera de mi”. En este pensamiento de la Madre aparece implícito dos de sus profundos deseos nutridos desde su infancia: el de ser santa y el de hacer la voluntad de Dios sobre todas las cosas. Toda su fe se fundamenta en estos dos profundos deseos de su vida. Además, ella lo tenía claro donde podría realizar estos dos deseos: siendo monja como Santa Teresa. Los dos deseos de Madre Asunción Soler son parte del programa de la vida pública de Jesús en el evangelio de Mateo, pues, en el ámbito de las bienaventuranzas, Jesús citando el Levítico (AT), dice: “sed perfectos como es perfecto vuestro padre celestial” (Mt 5, 48), lo mismo que decir, “ser santos como es santo vuestro Padre celestial”.
La doctrina católica de la época de Madre Asunción Soler entendía la santidad como un privilegio para un grupo de personas concretas que muchas veces debían evadirse de la realidad para alcanzar el grado de santidad. Pero, en Madre Asunción Soler se le nota tomar el deseo de la santidad no como algo extra a su vida, sino, algo que ya existe en ella y que pretende despertar, desarrollar y madurar. Es como una semilla que reclama tierra fértil. Es un deseo, un sentimiento que le arde desde dentro. En una palabra, es una vocación que la empuje a tomar las precauciones para perseverar en el buen camino con la práctica de buenas obras con objetivo de permanecer en presencia de Dios. “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida” (Sl 26). El camino de la santidad. Es decir, quiere mantener despierto el deber de continuar dar sentido su existencia y su relación con Dios.
La santidad es algo que ya existe en ella para poder seguir sirviendo a Dios, y de aquí la razón porque ella misma se entrega constantemente a la oración y la práctica de los ejercicios piadosos para mantenerse en comunión con Dios. El contacto constante con la Virgen Madre para aprender de sus virtudes le ayuda a seguir madurando.
Casi cien años después, el Vaticano II vino aclarar esta forma de desear la santidad que consumía a Madre Asunción Soler cuando afirma: “El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fueran, la santidad de vida, de la que Él es el autor” (…). Él envió a todos el Espíritu Santo para que mueva interiormente y así amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con todas sus fuerzas (Mc 12, 30), y se amen unos a otros como Cristo los amó (Jn 13, 34 y Jn 15, 12). Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son por tanto realmente santos” LG 40.
Concluyendo sobre el rasgo de ser santa, aquí está el camino que el propio Jesús propone al hombre viendo al mundo, pues, si Él es el camino, entonces, no hay salvación posible si no nos adherimos a este camino y como dice San Juan de la Cruz: “todo aquel que crea en el Dios escondido, tendrá que buscarlo durante toda la vida”. El seguimiento de Jesús y la radicalidad evangélica no es un monopolio exclusivo de un grupo de personas, sino, es vocación y responsabilidad de todos los creyentes.
- Hacer la Voluntad de Dios
El segundo rasgo de Cristocentrismo en la Madre Asunción Soler es “hacer la voluntad de Dios”: “La gloria de Dios está en hacer su voluntad, he aquí que estamos para lo que Dios quiera” ™.
Toda la vida de Jesús gira en el misterio de hacer la voluntad del Padre que es un entregarse y abandonarse en las manos de Dios Padre. La Biblia repite hasta la saciedad lo de hacer la voluntad de Dios. Jesús siempre que habla del Padre hace hincapié que Él, no ha venido a hacer su voluntad, sino, la voluntad de aquel que le ha enviado. “Todo lo que me da el Padre vendrá a mí y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38). En otro paso de la Escritura la Carta a los Hebreos afirma:
“Aquí estoy para hacer tu voluntad”. (Heb 10, 7). Esta firme disposición de hacer la voluntad del Padre parece profundamente consolidada en el momento en que Jesús está en Getsemaní cuando ora así: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). A esta hora crucial de su vida, Jesús tuvo que luchar consigo mismo, y en la “pelea”, el evangelista Lucas dice que se quedó empapado de sudor (Lc 22, 44) e incluso sudó sangre y agua. La carta a los Hebreos afirma: “Aun siendo Hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer” (Heb 5, 8). Pues, en este momento tan difícil hacer la voluntad de Padre fue para Jesús una fuente de vida y energía. De este modo hacer la voluntad del Padre es comprometerse en la lucha contra todo lo que en nuestro mundo es contrario a esta misma voluntad, tal como la pobreza, las injusticias, el odio, el rencor, el resentimiento, la violencia física y psicológica, etc. Origines dijo a su día: “cuando la voluntad de Dios se haga en la tierra como se hace en el cielo, la tierra no será ya tierra. Entonces, todos seremos cielo”. Pues, hacer la voluntad de Dios es hacer llegar a nosotros el Reino de los cielos.
Hacer la voluntad de Dios era para Madre Asunción Soler el alimento que la movía desde el interior mostrándose siempre disponible y entregada. Y teniendo como referencia a Santa Teresa cultivaba este espíritu de alabanza al Creador: “sea bendito por todo y sírvase de mí que bien sabe su Majestad que no pretendo otra cosa en esto, si no que sea alabado y engrandecido”. En esto se inspira su disponibilidad y obediencia. Conociendo la historia y la vida de Madre Asunción Soler no se puede comprender la fuerza inquebrantable que la estimuló y la permitió superar tantos obstáculos de su vida con serenidad y sin resignación, sino, con valentía y siempre ignorando lo peor que le estaba sucediendo.
- La Cruz
Otro rasgo importante en el ámbito del Cristocentrismo en Madre Asunción es la cruz. La cruz siempre estuvo presente en su vida. Era su compañera y la fabricante de tantas “noches oscuras” que marcaron una vida basada en el desprecio, humillaciones constantes, pero siempre “abismada en una paz profundísima, sintiendo su `casa sosegada`.
Sor Elía Rodríguez (CSCJ) resume este sentimiento en estas palabras: “Madre Asunción amó donde no encontró amor, pues, como afirma San Juan de la Cruz: “el amor no consiste en sentir grandes cosas, sino, en tener grandes deseos y padecer por el amado”.
Pero, resulta importante aclarar esta dimensión cristocéntrica de la cruz para evitar equívocos que nos conducen a “fabricar” una imagen manipulada de Dios. En la teología anterior al Concilio Vaticano II, la cruz siempre fue vista como el instrumento de la redención, precio de la reparación de la ofensa del ser humano contra Dios. Nos atreveríamos decir, que la cruz es el instrumento de justicia divina de cara al pecado.
“Jesucristo restablece el orden quebrantado por el pecado con su muerte en la cruz, que tiene el valor requerido de satisfacción, expiación y redención. La encarnación es vista en función de la pasión y muerte reparadoras de Jesús”. Aquí nace la primera manipulación, pues, entender la muerte de Jesús en la cruz como satisfacción implica “fabricar” un Dios cruel que necesita ver su Hijo padecer para reparar la culpa o el pecado de los hombres. Un Dios que necesita por la ofensa causado por el pecado el sacrificio que expía el castigo que reclama el pecado por exigencias de la justicia divina y el precio que obtiene el rescate de la esclavitud satánica. La cruz entendida de esta manera induce a vincularla directamente a la voluntad del Padre que reclama la sangre de Jesús para reestablecer el orden alterado por el pecado. La cruz pasa a ser el instrumento que explica el castigo de Dios que recae sobre el hombre Jesús es el “objeto” para reparar la ofensa del ser humano contra el mismo Dios. La cruz vista desde esta perspectiva se le entiende como instrumento de castigo, de odio, de venganza de un Dios implacable y cruel. Como se dice en el lenguaje corriente: “¡se van a enterar!”.
La verdadera clave para entender la cruz y su sentido real es poder emprender una reflexión que se sitúa en el contexto histórico real de la misma. Pues, cuando Dios envía su Hijo al mundo para salvar al mundo, no lo envía diciendo que irás y morirás en una cruz. Todo lo contrario. Son los hombres los que impone la cruz a Jesús. Dios no condenó su Hijo a la cruz, sino que, son los jefes del pueblo, los sumos sacerdotes, los ancianos del pueblo, es decir, la clase dirigentes del pueblo judío, la elite judía compinchados con los dirigentes romanos Poncio Pilatos y su cúpula son los que claramente condenan Jesús a la muerte y muerte de cruz. Son ellos que sobrellevan al pueblo a adherir a su macabro plan.
Cuando Pilatos propone soltar a Jesús, el pueblo apuesta firmemente por Barrabás. Y cuando pregunta ¿Qué hacer con Jesús? – el pueblo contesta: “crucifícalo”. Por este motivo Jesús cuando está en la cruz no insulta, ni profiere improperios contra Dios, sino todo lo contrario. En la Cruz llama a Dios por “Dios mío”. “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado? Según los entendidos este grito no es grito de desesperación, de aflicción o de “rabia”, sino, un grito de confianza de quien sufre, pero, todavía reconoce que tiene un Dios a que puede llamar “mío”.
En la cruz, Jesús no maldiga a los que lo condenan, sino que, los tilda de ignorantes y pide perdón por su ignorancia: “Padre, perdónales que no saben lo que hacen”. Por eso, podemos afirmar que, en todo este proceso de la cruz, “el Padre Dios directamente quiere no la cruz, sino la encarnación y el amor del Hijo encarnado a causa de su Reino, expresado en la entrega total de su vida hasta las últimas consecuencias.
Según Julio Lois, mi profesor de Cristología, de feliz memoria: “cuando la cruz se sitúa en continuidad con la vida entera de Jesús, tampoco puede invocarse para justificar sacramentalmente tantas cruces injustas que han seguido a la de Jesús. Recuperada la historia al contemplar a Jesús juzgado, condenado y crucificado injustamente por los poderosos de su tiempo, quedan al descubierto los mecanismos perversos de los poderes civiles y religiosos y queda denunciada proféticamente la actitud de todos los que, en cualquier circunstancia, para defender los intereses de su propio estatus o por taimada prudencia política, ocasionan la muerte de los inocentes. La cruz recobra así su fuerza crítica y liberadora, como juicio contra el pecado de los poderosos que crucificaron al Justo y se convierte en invitación apremiante a superar la perversión de todo poder que siga ocasionando la muerte de víctimas inocentes a lo largo de la historia”.
Y esta perspectiva puesta en paralelismo con Madre Asunción Soler comprendemos que Dios no impuso una cruz a Madre Asunción, sino que son los hombres, mujeres, incluso la propia Iglesia a que amó incondicionalmente los que la impusieron la cruz y las cruces.
Basando en las investigaciones del historiador padre Alberto Barrios Moneo, claretiano, sobre la vida de Madre Asunción Soler y sobre el nacimiento de la Congregación de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, en su obra “Cañadas Oscuras” considerada por sor Dulce González (HCSCJ), de feliz memoria, como “una historia documental crítica, profunda y objetiva sobre los orígenes de la Congregación” no hay sombras de dudas la forma minuciosa como presenta nombres y apellidos de los que ocasionaron la humillaciones, los maltratos y las persecuciones emprendidas en contra a la persona de Madre Asunción Soler. Padre Alberto Barrio advierte perentoriamente que “quienes lean estas páginas (refiriéndose a su obra) – exclusivas para las Carmelitas de Madre Asunción – deben mantenerse dentro de las líneas marcadas por el único Maestro que es Cristo (Mt 23,3). Padre Alberto en la línea de nuestra reflexión sobre la cruz afirma: “Fue el Sanedrín, el Consejo Supremo Religioso de los judíos, presidido por los sumos sacerdotes Anás y Caifás, quien entregaron a Jesús a Pilatos para crucificarlo. Jesús fue entregado a sus enemigos por Judas, su discípulo, abandonado en Getsemaní por todos sus apóstoles y negado por su lugarteniente Pedro”.
Su expulsión de la Congregación de las Carmelitas de Orihuela es todo un ejemplo de luchas internas y sobre todo lucha de poder y por el poder.
El poder es madre de muchos hijos: Es la madre de la mentira, de la corrupción, de la malversación, de la venta de conciencia, de la degradación de imagen, etc. El episodio que nace del Capítulo General de septiembre de 1922 en la cual Madre Asunción Soler es electa superiora general e inmediatamente rechazada por el presidente del Capítulo, su confinamiento en la Casa Madre de Orihuela, su destierro a Fortuna, el decreto de su expulsión de la congregación, la confirmación del decreto de su expulsión – previo recurso y los primeros años de su nueva congregación constituyen el grueso modus de la vida e historia de Madre Asunción Soler. Una vida identificada con la del Justo sufridor. En medio de todo este rebulicio Madre Asunción ha conseguido entender como decía Sófocles: “cuando las horas decisivas han pasado, es inútil correr para alcanzarlas”. Por eso, ella creó correr mientras todavía el tiempo era oportuno para demonstrar la significación de su fe. Y desde esta fe nació la Congregación de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús cuya historia nos limitamos a no contar aquí.
- La Fe
Otro rasgo importante a tener en consideración en ámbito del Cristocentrismo en Madre Asunción Soler es la fe. Jesús vivió su fe como obediencia y entrega incondicional al Padre. Hacer la voluntad del Padre es la expresión de fe más elocuente, pues, muchas veces lo haces de forma ciega, pero, los resultados llegan siempre cuando menos los espera. Dios actúa en la vida de los que en Él confían, porque, Dios amó tanto al mundo que entregó su Hijo no para condenar el mundo, sino, para salvar el mundo. Este amor es un compromiso de fidelidad al Padre lo que provoca que las obras de Jesús no son solamente obras de Jesús, sino, que son las del Padre.
A lo largo de la historia la fe ha tenido muchos planteamientos que quizás la han enriquecido o aun, la han empobrecido. Normalmente cuando hablamos de fe de inmediato la proyectamos en la clave religiosa, es decir, asociamos la fe a una actitud religiosa del ser humano hacia Dios. Pero la fe es algo mucho más que lo meramente religioso. La fe es antes de todo un fenómeno antropológico, una forma de ser y relacionarse de las personas. La fe es un componente imprescindible para las sanas relaciones humanas. Aunque la Biblia nos dice que “maldito el hombre que confía en el pedazo de carne” o mejor dicho, “maldito el hombre que confía en el otro hombre”, el ejercicio cotidiano de la convivencia práctica nos empuje a fomentar una actitud de confianza hacia al otro. Dietrich Bonhoeffer, teólogo protestante, muy citado en círculos católicos definía el acto de fe no como acto religioso sino como “un acto de vida”.
Confiar en el otro nos proporciona las condiciones para creer definitivamente en el Otro, con mayúscula, porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y cuando el hombre se reviste de Dios se convierte en el instrumento donde se inicia el nacimiento del cielo nuevo y la tierra nueva que nos habla el Apocalipsis. Por eso, fenómenos como aprender, amar, confiar pasan por un proceso de creer en el otro. Aunque muchas veces este creer nos ofrece conocimientos sin total seguridad, pero, seguimos creyendo. Así creemos en el científico, en el médico, en el mecánico, en el cocinero, el albañil, en el arquitecto, en nuestro esposo u esposa, en nuestro padre, en nuestro abuelo, en nuestro hermano … etc.
Pero la fe desde la dimensión creyente está revestida de la “dimensión personal”, es decir, la fe tiene una verdadera dimensión personal que es la forma más genuina de relacionarse las personas entre sí. Según Felicísimo Martínez, “esta relación no se limita ya al ámbito del conocimiento; abarca la totalidad de la comunicación o la comunión entre personas. Aquí decir “yo creo en ti”, significa “yo confío en lo que me dices”. Sin necesidad de contar con la evidencia objetiva esta confianza adquiere niveles excelsos de firmeza y seguridad”. El creer en ti o el confiar en ti generan una confianza que se traduce en una relación de amor, de comunión, de comunicación que se abre a un encuentro personal con el otro cuya autorrevelación desvela su identidad lo que provoca un ejercicio de donación y de confianza entre dos personas diferentes, pero que se confían y se aman. De aquí la máxima de la sabiduría popular: “solo el amor es digno de fe”.
Y este amor digno de fe que transcendió en la vida de Madre Asunción Soler para creer y confiar en el Dios que le acepta y la empuja a vivir la vida según como ella es y no como los demás quieren o les gustaría. Y esto se plasma en este pensamiento que ella repite constantemente: “no hay cosa en esta vida que nos deba llamar más la atención, nada más que la gloria de Dios.
Es en este amor digno de fe donde Madre Asunción Soler apoya toda su confianza en la providencia. Dios todo puede y todo hará en su momento. El tiempo y la hora no es el nuestro o la nuestra, sino, el de Dios, por eso, en aquel famoso discurso de la despedida de las hermanas que iban a África (Mozambique) a iniciar allí la nueva misión, ella advertía con vehemencia: “y como la gloria de Dios está en hacer su voluntad, he aquí que estamos para lo que Dios quiera. Venimos con un pretexto: dar un adiós a las hermanas que misericordiosamente partirán a África, cuando Dios quiera; cuando sea la voluntad de Dios. Aunque los hombres pongan algún preámbulo de intervención para ello, pero la voluntad de Dios se hace por encima de todo” (TM).
Madre Asunción Soler vivió la fe a estilo de las primeras comunidades que apoyadas en el signo de la confianza creen en el Dios que crea, en el Dios que ha resucitado a Jesús su Hijo para la salvación de todo género humano. Cree en el Dios que la permite confiar en Jesús y su ministerio sanador, confiar en el Espíritu Santo que anima y conduce la comunidad creyente. Y desde la experiencia del día a día al adentrarse cada vez más en el misterio de Dios mismo y en la persona de Jesús, descubre que la fe no llega a su culminación hasta que no se asienta en el núcleo de la persona, es decir, en el corazón de la persona.
Porque es justo en el corazón donde manan las experiencias más profundas y transcendentes del ser humano. Es donde mana la confianza, el miedo, la comunión, la soledad, la apertura al otro, el aislamiento, la valentía o el aturdimiento. Es el corazón donde reside el humus de fe en el nivel humano, en la relación de persona a persona. Pero es también el corazón donde reside la fe como confianza en Dios, como entrega incondicional de la vida en sus manos. Y he aquí la fuente de su profunda dimensión contemplativa. Madre Asunción vive la fe desde la contemplación, de la acción y la oración.
- La Oración
Aportaremos un quinto rasgo referente al Cristocentrismo en Madre Asunción Soler. Y este rasgo es justo la oración. La vida de Jesús está llena de momentos de oración. Los evangelios hablan constantemente de Jesús que se retira a solas para orar. Pasa la noche a solas para orar. Tal fue esta actitud continua que sus propios discípulos según el evangelio de Lucas le pidieron un día para enseñarles a orar. “Señor, enséñanos a orar, como ensenó Juan a sus discípulos” (Lc 11, 1). Y les enseña el Padrenuestro. Mateo lo hace de forma más estética y encuadra la oración del Padrenuestro dentro de las bienaventuranzas, quizás como una forma de expresar que todo el programa de Jesús encerrado en las bienaventuranzas se fundamenta en la oración que es dialogo con Dios, la nueva forma de estar en comunión con Él. La oración ocupó un lugar central en la vida de Jesús. Es su forma de conversar y estar con el Padre. De ponerse en contacto con Él. Moisés se le transfiguraba el rostro cuando entraba en la tienda.
Según Luis González – Carvajal refiriéndose a los momentos de oración de Jesús comenta: “y cuando regresaba luminoso, radiante, renovado, los apóstoles se preguntaban: ¿de dónde viene?; ¿Qué le ha pasado?; ¿Cómo ha conseguido esa serenidad? Alguno contestaría: ha estado rezando. Y entonces se decían: ¡Ah, si nosotros supiéramos orar como Él! ¡Qué pena que nadie nos haya enseñado a rezar así!”. Santa Teresa fue contundente en lo concerniente a la oración: “la oración es cuestión de vida o muerte para el cristiano y no hay más solución para la falta de oración que ponerse de nuevo a rezar”.
La vida de Madre Asunción Soler está impregnada de oración su fuente de apoyo para enfrentar y afrontar la vida tal como se le presentaba con todas sus dificultades y retos. En el Testamento Materno nos deja máximas profundas que a ejemplo de Jesús enseñan a la carmelita del sagrado corazón que la oración es donde inicia y termina toda la actividad y que orar no es solo retirarse y aislarse, sino que también es la forma de servir y amar, la forma de contemplar y abandonarse en Dios, sin evadirse de la realidad.
La oración es la forma de estar y sentir, donde se encierra todo el misterio de la vida: “no hay nada en esta vida que nos deba llamar más atención, nada, más que la gloria de Dios”. Orar es cumplir la voluntad de Dios: “La gloria de Dios está en hacer su voluntad, he aquí que estamos para lo que Dios quiera”.
La oración es la vida en si misma: “la voluntad de Dios se hace por encima de todo”. La oración es el ser mismo de la persona. Es la profundidad de la relación con Jesús: “Debemos hacer de nuestro corazón un sagrario en el que hablemos con Jesús donde quiera que estemos. Nadie nos puede impedir”.
La oración es lo que hace que el Espíritu de la verdad nos aclara toda la verdad y que no hace falta buscar intermediarios: “el que ama no necesita que le hable nadie. El alma enamorada de Dios, cuanto menos la hablan mejor, porque le den campo para hablar ella, para oír y escuchar la voz de Dios”. Madre Asunción es consciente que no somos nosotros que elegimos a Jesús, sino que, es Jesús quien nos ha elegido a nosotros. Por eso, en medio de nuestras dificultades no somos nosotros los que hablamos, sino que, es el Espíritu de vuestro Padre quien hablará por vosotros. “Dios está conmigo y yo con ÉL”. En eso se fundamenta la providencia divina en Madre Asunción Soler. “Dios proveerá”.
- El Amor es Realizar la Voluntad del Padre
Antes de terminar me gustaría aportar un último rasgo entre tantos más que podríamos aportar, pero, para no ser tan extensivos limitar a estos seis que de una forma u otra van directamente relacionados al Cristocentrismo en Madre Asunción Soler. Se trata del amor como clave de la realización de la voluntad del Padre.
Toda la misión de Jesús se refleja en revelar el amor del Padre y realizar su voluntad, por eso, su familia, su madre, sus hermanos y hermanas son los que cumplen la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Poner en práctica la Palabra de Dios es lo mismo que hacer la voluntad del Padre. Y eso requiere renunciar al apego del amor propio y la instalación cómoda de la vida. Renunciar toda forma de dominación evitando así la pretensión de situarse por encima de los demás: “Sabéis que entre los paganos, los jefes gobiernan con tiranía a sus súbitos y los grandes descargan sobre ellos el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así” (Mt20, 25-26). Pero todas estas renuncias solo cobran sentido y significación en la medida que comprendemos que a partir de ellas alcanzamos el “tesoro escondido”, “la perla preciosa” permitiendo así, entrar en comunión con Jesús y participar de su destino y de su proyecto. Dicho en otras palabras: estar al servicio de su Reino en la realidad de nuestro mundo. Y esto tiene implicaciones que pasan por consecuencias muchas veces bastantes dramáticas, pues, como el camino se hace caminando, seguir a Jesús en estas condiciones está cargada de sombras incluso de sufrimientos. El sufrimiento que brota del seguimiento de Jesús tiene que convertirse como el indicio de opción por el camino profético y de los profetas: “dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido” (Mt 5, 11-12 // Lc 6, 22-23).
Es desde esta perspectiva que podemos leer y entender la vida de Madre Asunción Soler que siendo humana como cualquier humano, teniendo corazón y sentimientos y queriendo en todo buscar y hacer la voluntad de Dios y seguir a Jesús, habiéndose encontrado constantemente con tantos muros y barreras pudo seguir adelante porque no se trataba de ella o buscar los honores y privilegios o méritos personales, sino, servir a Dios y a los hermanos. Y cuando Dios y los hermanos están en causa y nuestras convicciones son profundas y verdaderas no hay nada que se nos impida de avanzar, no nos importan las injusticias o las calumnias, ni tan poco las humillaciones que caen sobre nosotros, sino que nuestra valentía, nuestra forma de ignorar los varapalos que caen sobre nosotros y nuestra entrega incondicional de mantenernos firmes, nuestro silencio se convierte en signo de inquietud e interpelación de las conciencias. Esta fue la clave que animó Madre Asunción Soler a triunfar tras pasar por un sinfín de incomprensiones, humillaciones y persecuciones. Por eso, hoy estamos aquí para celebrar un acontecimiento único: la clausura del primero centenario de la congregación fundada por ella como signo de los tiempos. Estamos hoy aquí para decir que el espíritu, el carisma que Madre Asunción plasmó en la Congregación que la historia conoce como Congregación de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús sigue viva y como refleja en sus Constituciones: “la Congregación tiene como misión en la Iglesia `dar gloria a Dios` sirviendo a los más pobres, y en fidelidad dinámica a su carisma realiza diferentes actividades en campo pastoral y social principalmente en la educación, cuidado de enfermos y ancianos y otras necesidades de los hombres”.
Y para poder diferenciar la vivencia y la práctica de este servicio prestado a la Iglesia ya que gran parte de las Congregaciones también van por el mismo camino, las Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús condensan su carisma en cinco rasgos fundamentales y las actitudes que definen su vocación en la Iglesia. Estos rasgos y actitudes son las siguientes: 1. la Fraternidad que hoy podemos traducir a día de hoy en el lenguaje de “Fratelli Tutti”, el compromiso de restaurar la fraternidad y la amistad social, pero siempre conscientes de lo que dijo Jean Paul Sartre en una entrevista en que matizaba que el lema de la revolución francesa – libertad, igualdad y fraternidad – la fraternidad ha resultado ser la aspiración más difícil de hacer realidad. Porque mientras libertad e igualdad se pueden garantizar por leyes, la fraternidad no se la puede asegurar ninguna ley, porque los hermanos no son algo que se puede alcanzar con nuestras propias fuerzas, sino que son algo que nace con la existencia de un padre común de forma consanguínea y desde punto de vista espiritual un Padre común que es Dios (Jn 1, 12-13).
- La contemplación que hoy podemos traducir en el lenguaje de “Laudatio Si” como compromiso de cuidar la casa común. Contemplar la gloria de Dios es reconocer toda la obra de sus manos y respetarla.
- La devoción mariana, hoy vista como un volver constante a María encarnando sus virtudes para dar sentido y humanizar el mundo en que vivimos lleno de carencias.
- Entrega abnegada – hoy asumida como compromiso de superarnos a nosotros mismos y luchar por las causas que dignifican al ser humano y el mundo que vivimos. Hacer que todo lo que nos dedicamos sea realmente para la mayor gloria de Dios y para la dignidad y santificación del ser humano.
- Amor a la Iglesia – hoy entendida desde la clave de “Evangelii Nuntiandi” Llevar la alegría del Evangelio sobre todo para los que todavía no lo conocen.
Conclusión
Para concluir esta pobre contribución en este magno evento me gustaría expresar mi profundo agradecimiento a la superiora general de la Congregación de las Hermanas CSCJ, sor Teresa Delgado Aguado y todo Consejo General, así como la Congregación en su todo que depositó en mí su voto de confianza y hacer que sea una voz más en este evento único que es la celebración de la clausura del primero centenario de la fundación de la Congregación. Los agradecimientos a todos los participantes por vuestra paciencia de escucharme a pesar de mi acento macarrónico, pero, es justo el acento lo que denunció a Pedro en el patio antes que el gallo cantara.
Concluyendo os puedo decir que el Cristocentrismo en Madre Asunción Soler se tuviéramos en cuenta la definición de Cristocentrismo donde hemos partido: “Cristocentrismo” es el lugar que ocupa Jesucristo en toda realidad creada. Él es el centro de la vida de cada hombre (y de cada mujer), de la sociedad, de la historia y del cosmos”, veremos que los rasgos presentados son los que formulan este paralelismo de la vida de Madre Asunción Soler impregnada en la vida de Cristo, pues, como dice la GS 22: “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (…). El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es el hombre perfecto que restituyó a los hijos de Adán la semejanza divina, deformada desde el primer pecado”.
De este modo el Cristocentrismo en Madre Asunción Soler nos atreveríamos decir que tiene una dimensión trinitaria, pues, toda la vida e historia de Madre Asunción Soler está envuelta en la dinámica del Dios que crea y recrea por medio de su Hijo que vino a salvar el género humano caído en la miseria del pecado y se sostiene con la fuerza del Espíritu Santo que es amor. En esto se sintetiza el pensamiento y sentimiento más profundo de Madre Asunción Soler: “No hay nada en esta vida que nos deba llamar más atención, nada, más que la gloria de Dios”.
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