Santiago Santaolaya
Párroco de la Parroquia Beata Mª de Jesús, Guadalajara
Muchas felicidades, Hermanas, por el primer centenario de la fundación de la Congregación de Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús.
Celebramos este encuentro de acción de gracias en el marco del mes de mayo (mes de María) y a pocos días de hacer memoria de la fiesta del Espíritu Santo, Pentecostés.
Me ha sorprendido la vivencia de la presencia consciente y permanente de Dios que bañaba la vida de Madre Asunción. Y, junto a ello, su conocimiento de Dios y de lo divino, que le hacía confiar y, con prontitud, poner todo en las manos del Señor.
Ambas características brotaban de su vida de oración al más puro estilo teresiano: «trataba a solas y desde la amistad con aquel que sabía que la amaba». La base y cimiento de su vida interior fue Cristo y su amor a la Eucaristía. Quien convivió con Madre Asunción recuerda de «horas y horas ante el sagrario, noches enteras ante la presencia eucarística de Jesús, tiempos inmóviles después de recibir la comunión, de gran concentración, de íntima y profunda paz».
Especialmente en acontecimientos duros, adversos y desagradables, ella, Madre Asunción, entraba en diálogo con Dios, aceptaba y acogía. La sorpresa inicial daba paso a la serenidad y la paz. Este modo de ser y estar en el mundo es obra del Espíritu Santo.
Él comunica su luz y sus dones para comprender, desde la docilidad, que los caminos de Dios, en ocasiones no son nuestros caminos. Reconocemos, con María Madre, que el Señor es poderoso, que hace proezas con su brazo, que realiza obras grandes y maravillosas, que su nombre es santo… pero como la Virgen debemos estar en actitud de escucha, abiertos a Dios, con apertura de corazón a la sorpresa, porque Dios sorprende a quien se deja sorprender y sin querer teledirigir la acción del Espíritu a nuestro antojo. Con María siempre nos deberá brotar aquel: «Hágase en mí según tu palabra»
El ser humano, como Madre Asunción, que vive sumergido en Dios tiene la disposición para obedecer con prontitud al Espíritu, y obrar y pensar, no humanamente sino divinamente. Ejemplo de ello es la primera lectura, en la que Pablo se deja conducir y guiar por el Espíritu en su acción misionera. Normal que Pablo afirmará, en más de una ocasión, «no soy yo es Cristo quien vive en mi».
También la Madre Asunción, sintió la llamada del Espíritu y se dejó conducir por Él para ensanchar los horizontes de la Congregación y extender la obra misionera de la Iglesia sirviendo en otros pueblos. Allí las hermanas supieron entregarse con alegría a la tarea evangelizadora de la Iglesia, desde la generosidad, el sacrificio y el celo apostólico.
En la Madre Asunción hacer la voluntad de Dios era una disposición tan interiorizada que, con prontitud, descubría la huella y la presencia de Dios en cada situación y acontecimiento de su vida. Esta conformidad con la voluntad de Dios y su entrega fiel será la nota más determinante de su santidad. A Cristo estaba ella adherida. Su fidelidad al Maestro Jesús fue la fuente y garantía para realizar la voluntad y los planes de Dios.
Tan es así, que la Madre Asunción no dudaba en hacer aquello que estuviera más en la línea de la actuación de Jesús. Por ello, procuraba en el ejercicio de la caridad imitar al Señor, buen samaritano. Y esta es la razón por la que ella escoge para la Congregación los hospitales, las cárceles, asilos, leproserías, seminarios… los lugares donde se encuentran las personas más necesitadas, los más pobres, los predilectos de Dios.
El Evangelio escuchado hoy nos invita a estar en el mundo pero no ser del mundo. Jesús nos escogió y el Espíritu nos dota de sus dones para ser discípulos y para que la iglesia se robustezca en la fe y crezca en número de día en día.
Hermanas, los dones del Espíritu son la fuerza por la cual el ser humano comprende a Dios y sus misterios. Estos dones iluminan la vida para saber estar en el mundo reconociendo nuestra pertenencia al Reino.
Quisiera terminar con unas palabras francamente iluminadoras:
El futuro de la Congregación será esplendido sí continúan en la disponibilidad a la voluntad de Dios y al servicio de la Iglesia. La Iglesia necesita una renovación urgente en esta hora, y que el Espíritu acelera si nos abrimos a su acción transformadora. Sin la santidad de las personas consagradas a Dios no será fácil levantar al pueblo cristiano tan hostigado por el espíritu del mundo y tan abandonado. No hemos de olvidar que son los ejemplos los que arrastran. Siguiendo la línea de Madre Asunción, vuestra Congregación tiene mucho que hacer en esta hora.

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