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Acogiendo la invitación de la Iglesia de orar por “nuestra casa común, la Madre Tierra”, el 4 de octubre las hermanas de la Casa General, por medio de la liturgista de la semana, organizó una oración que sensibilizó a todas a trabajar y aportar nuestro granito de arena por el cuidado de nuestro planeta.

Toda la creación pertenece al Creador y somos responsables de las formas en que usamos y administramos los recursos que se nos han dado. El Papa Francisco hace un llamado sobre el cuidado de la Creación e invita a clamar por la tierra y especialmente por las comunidades más vulnerables alrededor del mundo. El Santo Padre nos anima a meditar y a reflexionar sobre la necesidad de preservar el medioambiente, nuestra casa común. Dice el Papa en la LS, nº 77:

 «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos» Así se nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado» (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño.

El Papa nos recuerda en Laudato si , 67

“No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra»

En la Eucaristía, el Padre Sevo Agostinho, nuestro Capellán, nos regaló esta perla en la Homilía:

DÍA DE LA ORACIÓN PARA REZAR Y PEDIR POR LA MADRE TIERRA

Queridas Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, el salmo 8 es una joya, pues, comprende un estribillo que se repite al inicio y al final del salmo: “¡Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra”! Este salmo está dividido en dos partes. La primera parte discurre toda ella sobre la grandeza de Dios. Es una alabanza por parte del salmista sobre el poder y la grandeza de Dios expresados en su obra creadora.

La segunda parte es sobre la dignidad del ser humano en medio de la creación que a pesar de su insignificancia es una criatura privilegiada que ha recibido de Dios el señorío y el dominio sobre todas las cosas.

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que cuides de él? / – Lo hiciste apenas inferior a un dios, coronándolo de gloria y esplendor. / Le diste poder sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal 8, 5-7).

El salmo 18 es otra pieza que encaja en este módulo de esta dinámica de cantar la alabanza al Creador por las maravillas de sus creaturas que son fuente de revelación del misterio del propio Dios: “los cielos proclaman la gloria de Dios”, dice el salmo.

Las criaturas constituyen un continuo mensaje de revelación. Como podemos constatar, la obra de Dios está envuelta de su gloria. Pablo profundiza esta realidad al decir: “en cualquier caso, ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” 1Cor 10, 31).

Los grandes santos españoles que mueven con la espiritualidad del siglo XVI en España son muy conscientes sobre lo que significa la gloria de Dios. En ella se fundamenta toda su bondad, grandeza, misericordia y perdón.

A San Ignacio de Loyola fundador de la Compañía de Jesús se le atribuye la famosa frase: “ad maiorem Dei gloriam, inque hominum salutem”, es decir, para mayor gloria de Dios y la salvación de la humanidad”. Él va más lejos cuando profundiza esta idea de gloria de Dios aceptando que “cualquier obra que no sea mala, incluso una que normalmente se consideraría intrascendente para la vida espiritual, puede ser espiritualmente meritoria si se realiza para dar gloria a Dios”.

Olegario González de Cardenal, afirma “el hombre ha sido creado por Dios para participar en su ser y vida divina. A esa realidad divina, participada por el hombre, la Biblia la llama “gloria de Dios”. De ella vivimos y por ella somos. Dar gloria a Dios es agradecer y anunciar lo que recibimos de Dios y así caminar con el mundo entero hacia Él, que es nuestra meta porque es nuestro origen”.

San Ireneo a su tiempo también tenía claro lo que es la gloria de Dios y afirmó; “La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es la visión de Dios”.

Madre Asunción al fundar la congregación de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón, bebiendo de la experiencia de la Biblia, pasando por la profunda lectura de los místicos de su tiempo y apoyada por la espiritualidad que animaba la fe de los creyentes en aquel entonces, no dudó en elegir como carisma para su Congregación, la gloria de Dios. De principio parece algo tan trascendente para concretar en la experiencia de la vivencia real.

Parecía un carisma abstracto y utópico sin alcance en lo cotidiano. Pero, la perspicacia que siempre la caracterizó al pasar por diversas experiencias humanas tanto buenas como malas, pudo concretar su carisma en cinco rasgos fundamentales, en los cuales cada hermana de la Congregación podría expresar la vivencia practica del carisma.

De aquí, la fuerza de sus palabras al insistir: “No hay nada en esta vida que deba llamar la atención, nada, más que la gloria de Dios”. Todo porque Madre Asunción era consciente de que la gloria de Dios consiste en manifestar y expresar su bondad, su misericordia, su perdón en la vida de cada HCSCJ y en cada una de sus criaturas.

Vivir la fraternidad, saber contemplar, adentrarse en la devoción mariana, entregarse abnegadamente a servir a Dios y a los hermanos, sobre todo los más necesitados y amar la Iglesia son expresiones vivas de la manifestación y realización de la gloria de Dios en el ejercicio del día a día.

De aquí, la pregunta: ¿POR QUÉ LAS HERMANAS CARMELITAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (HCSCJ) ORGANIZAN UN DÍA DE ORACIÓN PARA REZAR Y PEDIR POR LA MADRE TIERRA?

La primera respuesta que se me ocurre y la más sencilla, es que ellas son conscientes de los problemas de su tiempo, no se sienten indiferentes a todo lo que afecta a la madre tierra.

En segundo lugar, creo que las HCSCJ siempre están abiertas a la enseñanza y doctrina de la Iglesia y su Magisterio, por eso, mi sentido común me dice que con esta iniciativa responden con las inquietudes del Papa Francisco que sensible a los problemas del mundo actual nos ha brindado con una encíclica que llama a todos los seres humanos a ser responsables en lo que concierne al cuidado de la “casa común” – la tierra. Esta encíclica se titula “Laudatio Sí” (Alabado sea mí Señor)

El Papa afirma: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm. 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn. 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”. LS 2

Todo este panorama es una propuesta para comprender que la gloria de Dios revela la presencia de Dios en todas sus criaturas y en especial en la madre tierra que genera y nos ofrece hospitalidad en su seno. El Señor es fiel a sus palabras. Desde esta fidelidad el ser humano está llamado a comprometerse en cuidar la madre tierra. Y uno de estos caminos es la oración – oración entendida como dialogo constante con Dios – como forma de ser y estar en Dios. Dicho con otras palabras, la oración como forma de configurar nuestra vida en Cristo y mantenerse en comunión con Dios. Que cada momento de este día sirva para mayor gloria de Dios. Que María nuestra Madre, bajo la advocación de Carmelo os enseñe a amar profundamente la obra de las manos de Dios, y a cuidar con cariño merecido a la Madre Tierra. ¡Amén!

¡Que tu justicia reine para siempre! Amen. (Papa Francisco)

Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús

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