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Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
no cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Hna. Casimira Gallego, HCSCJ

Soy semilla de Dios… una semilla más de su divina Sementera… ¡Qué paz, qué felicidad trae a nuestro corazón esta consideración! ¿Verdad, hermanas?

Y el habernos arrojado en una tierra tan fecunda, ¿no es un detalle en el que lo vemos a Él tan directamente preocupado por nosotras…? ¡Qué tenía yo, Señor, de especial para que Tú te preocuparas de una manera tan generosa de mi florecimiento? ¿Acaso no había en el vasto campo del mundo, semillas más fecundas que yo?

Podrías haberme dejado en medio de ese pedregal, donde tan difícil me sería florecer, y no lo hiciste. ¡Qué bueno eres, Señor!

Estas reflexiones son inquilinas, muchas veces, del último piso de nuestro edificio corporal ¡Y qué bien paga el alquiler cuando la hospedamos con la sinceridad y buena voluntad que ella merece; nos da esa satisfacción, esos deseos de gratitud y ese afán de querer saber florecer donde Dios nos sembró; en esta tierra del Carmelo, ¡la que un alma santa supo cultivar y dejar sembrada en ella girones de su existencia! Y estos girones, Madre Asunción, después de la lluvia de la gracia, serán el mejor abono para nuestro florecimiento.

Hace dos años que te perdieron de vista nuestros ojos, para encontrarte más cerca nuestro corazón… Te fuiste y.… te quedaste. No te vemos, pero te sentimos… y como el sentimiento ejerce más poder en la voluntad que la visión, por eso, Madre, vives en medio de tus hijas, conociéndolas no a través de una carta o de una charla, sino con la clara inteligencia de los Bienaventurados, que penetra algo más allá de la exterioridad. Y esto… ¿Verdad, hermanas, que estimula también nuestra voluntad? ¿qué nos da agilidad para dar continuos puntapiés a las piedrecillas más o menos numerosas que el huracanado viento del enemigo pone a nuestro paso?

Tú que nos conoces hoy mejor que ayer, sabes Madre, que nuestro deseo es florecer.

Florecer donde quiera que seamos trasplantadas: a la cabecera de un enfermo, en la mesa de una clase, o en las mesas y cocina de un Seminario… Todo es tierra bien abonada, preparada para plantas que deben florecer, dando al mundo frutos de verdadero amor; de ese amor que deja a un lado los lamentos y echa mano de lo sustancial, de la práctica.

El amor es activo, adaptable a cualquier circunstancia, como el valor lo posee él, cualquier acto, por insignificante que sea, le sirve para negociar con él la perfección nuestra y el rescate de las almas. ¡Cuántas almas salvaríamos si no dejáramos ninguna de nuestras obras sin la dirección y el sello del amor!

Tenemos que ser astutas, poner valor a tantos sacrificios, a tantas ocasiones de merecer como tenemos a cada paso; debemos obrar sin pusilanimidad, conformes con nuestra insignificancia, pero de acuerdo con la grandeza de Dios. Él es siempre así, es costumbre suya hacer cosas grandes con medios pequeños.

El mundo de hoy precisa mucho de nosotras; somos las secretarias de Dios, en esta obra, debemos esparcir por el mundo que nos rodea circulares de amor, entusiasmo por la gloria de Dios, escritas con la máquina del desinterés y la renuncia; una palabra amable, el ánimo de comprensión, un detalle de sincera delicadeza, una abnegada voluntad… ejercemos más influencia en el mundo que los más elocuentes discursos de los gobernantes.

Tengamos siempre presente que dondequiera que nos encontremos, debernos prender la hoguera del amor, que caliente y alumbre esos corazones fríos e indiferentes; pero ese fuego, solo arderá bien, echándole, como todas sabemos, astillas de la cruz.

Tú, Madre querida (se refiere a la SdD Madre Asunción Soler), bien nos enseñaste que la vida religiosa salió del costado de Cristo, y que el sufrimiento y la renuncia debe ser el patrimonio del religioso. Todas estamos convencidas de esto y por eso te repito: tú que nos conoces, hoy mejor que ayer, sabes Madre, que nuestro deseo es de FLORECER.

Y sí el enemigo, con su astucia, intenta asimilar la savia de algunas de tus plantas, cambiándole los deseos de virtud por ilusiones vanas, si persiste en el intento y se obstina en arrancarla; qué fruto más sospechoso será el de esa planta que no ha sabido florecer en tierra tan abonada…

Madre, en ti confiamos todas ¡estás tan cerca de Dios! y El mandará a tu tierra el rocío de la gracia, y floreceremos todas con tu ayuda y con su gracia.

Desde estas tierras lejanas donde el Señor la plantó, ahora les envía a todas, un abrazo fuerte y cariñoso, unido a las oraciones, esta raquítica semilla que, como todas, desea florecer.

Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús

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