En el corazón del carisma carmelitano se encuentra la dimensión contemplativa de la vida, entendida como un progresivo vaciamiento de sí mismo y una total apertura al Padre hasta llegar a la deseada unión con Dios en el
amor.
La contemplación constituye así el itinerario interior del carmelita que se desarrolla en un proceso de transformación que permite a la persona llegar a ser una nueva creación en Cristo, hasta el punto de poder decir, como San Pablo: «No soy yo quien vive, sino Cristo el que vive en mí» (Gál 2, 20).
Esta dimensión contemplativa se posibilita y a la vez se hace real en la vida del carmelita a través de tres caminos: la oración, la fraternidad y el servicio al Pueblo de Dios. Son los tres pilares sobre los que se apoya el carisma y son, a la vez, los valores que posibilitan y autentifican la vivencia de dicho carisma.
En el corazón del carisma carmelitano se encuentra la dimensión contemplativa de la vida, entendida como un progresivo vaciamiento de sí mismo y una total apertura al Padre hasta llegar a la deseada unión con Dios en el amor.
El hilo conductor de nuestra vida debe ser la relación personal con Dios y la contemplación no es la experiencia de una oración muy alta, sino una relación de amor maduro con Dios. No todo@s l@s carmelitas somos contemplativ@s, pero estamos llamad@s a la contemplación, hacia la madurez en nuestra relación con Dios.
La contemplación no es una recompensa por las buenas obras, sino una necesidad por la salud total. Entonces la contemplación es la verdadera fuente de la fraternidad y misión profética porque sólo Dios puede darnos la fuerza para vivir fraternalmente y en amor hacia los demás.
Todas nosotras somos invitadas a entrar en el mundo de Dios, en su Reino; es una parte esencial de nuestra vocación carmelita. La contemplación no es limitada para un grupo privilegiado; es para todos. No se puede vivir una fraternidad o una misión profética sin la contemplación. (cf. La Contemplación P. Joseph Chalmers, O. Carm.)
EXPRESIONES DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL
Es imposible recoger toda la riqueza de la tradición espiritual del Carmelo respecto a la experiencia contemplativa. El material es variado y abundante. Sintetizo a estas figuras más conocidas, dando un breve apunte del contenido. o Juan de la Cruz, traza un itinerario espiritual donde la experiencia contemplativa está indicada como “noche oscura” o “sabiduría secreta”, y al mismo tiempo, un sentirse guardados por Dios Amor; es un encuentro interpersonal con el Amado, donde el creyente aprende a amar como Dios ama.
Teresa de Ávila, propone la experiencia contemplativa como itinerario de oración, donde el creyente entra en comunión de amistad con Dios, con quien nos precede en el amor. Esta comunión de amistad es acción divina, transforma la vida del creyente en la vida teologal (esto es, animada por la fe, esperanza y caridad) abierta al sentido y al servicio de la Iglesia.
María Magdalena de Pazzi, considera la experiencia contemplativa como un camino que conduce al amor a Dios y al prójimo y a la cooperación activa en el proyecto divino de salvación.
Teresa de Lisieux, comprende y vive la experiencia contemplativa como “pequeño camino” (dejarse guiar por Dios), o como camino pascual de espoliamiento del propio yo para amar en el amor de Dios. Este pequeño camino dilata su amor a la Iglesia y a la sociedad con los pecadores.
Isabel de la Trinidad, comprende y vive la experiencia contemplativa como culto existencial: ser “alabanza de gloria”, espejo viviente de la presencia de Dios Trinidad.
Tito Brandsma, siente la experiencia contemplativa como camino de encarnación en la historia: místico es aquel que vive en la historia y “descubre” en ella la presencia de Dios.
Edith Stein, comprende y vive la experiencia contemplativa como camino pascual: dejarse conducir por Dios por el camino de la Cruz y de la Resurrección.
Estos breves apuntes nos pueden afirmar que la tradición contemplativa del Carmelo se configura esencialmente como testimonio e iniciación a una experiencia de Dios más auténtica y profunda.
Tenemos también el ejemplo de nuestra Madre Asunción, en su vida de oración, la Madre era muy carmelita. La frase de Santa Teresa: “La oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama” (Vida 8,5), fue una realidad cumplida en la vida de Madre Asunción. Vivía en la presencia de Dios. Para comprender la contemplación de Madre Asunción tenemos que pensar en la presencia consciente de Dios en la que ella vivía. Madre Asunción era una mujer de una profunda vida interior, de esa vida que Cristo quiere que tengamos en abundancia: “Yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Tenemos ejemplos de Madre Asunción como estos: horas y horas ante el Sagrario, noches enteras en la capilla. Es admirable cómo ella penetró y sobre todo gustó el don de Dios, el agua viva que brota para la vida eterna. (cf. Una Vida según el Espíritu de Mons. Rafael Álvarez Lara).
Durante la oración personal, en la capilla, permanecía de rodillas. En el jardín de Monsalve, cerca del tilo (árbol frondoso), se pasaba horas abstraída, pensando, meditando, contemplando, no sabíamos lo que hacía, lo cierto es que a veces pasábamos por su lado y ni se daba cuenta; queríamos hablar con ella y no nos atrevíamos a interrumpir su profundo silencio. En su cuarto-escritorio ante el Cristo que ella llamaba “el Cristo de la Humildad (se conserva esta pintura en el museo de la Casa Madre, Limonar, Málaga), se pasaba horas contemplándolo. Más de una vez fui a llamarla para comer porque se le pasaba la hora en esa actitud de contemplación y para nada pensaba en la comida. (Cf. Ponencia de H. Dulce González. “MISTICA Y PROFECIAMA” en el Encuentro Internacional de LCM.A).
Aceptemos la invitación que ella nos hace con sus palabras y su ejemplo a seguir el camino de fidelidad a la gracia de Dios, en docilidad al Espíritu que nos lleva a la experiencia de Dios y a la contemplación permanente de la presencia de Dios.
Nuestros Textos Constitucionales nos dicen que: “la contemplación nos lleva a leer en la historia el proyecto salvífico de Dios y nos impulsa a vivir unidas a él por el amor que su mismo Espíritu ha depositado en nosotras. Así mismo nos mueve a dar testimonio de su presencia en el mundo recordando a los hombres su dimensión trascendente, ayudándolos a vivir, en medio de su dedicación al progreso, la unión con Dios (TC 3).
El SER en la presencia de Dios, que nos hace descubrir que sólo SOMOS en la medida en que permitimos a Dios que sea de veras Dios en nuestra vida, y el ARDER en el celo por la Gloria del Señor, nos impulsan a dar testimonio de su presencia en el mundo, en la lucha por la justicia, amando y sirviendo al pueblo (TC 4).
Estamos llamadas a alimentar nuestra contemplación de la celebración de la liturgia, de la intensa y continua oración, de la asidua lectura y meditación de la Sagrada Escritura y de los signos de los tiempos, interpretados a la luz de la fe. Esto nos exige tiempos de silencio y de soledad. (T.C. 5).
Hna. Mª Carmen Lera
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