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Luis Gavía

voluntario Cristiano en

Centro Penitenciario Madrid III (Valdemoro)

Querida Madre Asunción Soler,

¿Qué es la felicidad? Tengo tres hijos, Luis de 15 años, Pablo de 13 y Alicia de 10, y mi obsesión como padre es que sean felices. Enseñar a alguien qué es la felicidad no es un ejercicio sencillo, ya que en el camino pueden surgir muchas trampas: falsos atajos, cantos de sirena o ideas que nos confundan. La tecnología, la televisión y las redes sociales no facilitan esta tarea. Un atajo es darles lo que pidan, permitir que se enganchen al móvil y así, de forma instantánea, conseguimos que estén contentos, pero saciados de vacío. Los anuncios de televisión, el éxito de los futbolistas o pensar que, es posible comprar la felicidad con dinero, son cantos de sirena tan peligrosos como el vacío. Las redes sociales añaden a esta ya difícil situación aún más ruido: la crisis, la violencia o la crispación nos hacen confundir combatir con construir, tener éxito con ganar dinero y la riqueza con acumular bienes materiales. No es tarea sencilla.

Estoy escribiendo estas primeras palabras bajo la supervisión de mi hijo Pablo. Me dice que tampoco es tan malo que le guste un futbolista, o que use las redes sociales para hablar con sus amigos. No le ha hecho mucho caso a eso de la felicidad y tiene razón en sus argumentos, aunque es necesario que entienda que existen otras cosas también importantes. Para hacérselo ver, le voy a recordar el día que pasamos con tus hijas. El día que pasamos toda la familia de convivencia, con los voluntarios de la pastoral penitenciaria de la prisión de Valdemoro, en casa de las Hermanas Carmelitas Josefa, Magdalena y Paula. Fue el sábado 9 de septiembre de 2023.

En origen los niños pensaron que iban a aburrirse como ostras. Rápidamente se dieron cuenta de que estaban equivocados. Pasó todo volando. En la cárcel sucede algo parecido. Llegas cargado de prejuicios, vas pensando que las cosas son de una determinada manera, y en cuanto das un paso la vida te sorprende. Cuando crees que ya sabes cómo funciona algo, te das cuenta de que no sólo no tienes ni idea, sino de que siempre estarás aprendiendo. Igual que sucedió aquel día con las hermanas. En la cárcel ves que Jesús está en todas partes, sonriendo y pidiéndote que seas paciente con tu propia soberbia.

Durante nuestra convivencia, me percaté de un momento especial entre la Hermana Josefa y mi hija Alicia. Ambas se encontraban en un rincón del jardín, sentadas en dos sillas de metal, inmersas en una conversación profunda. Alicia, con sus ojos brillantes de curiosidad, escuchaba atentamente cada palabra que salía de los labios de la Hermana Josefa. A pesar de la diferencia de edad y experiencia, era evidente que se había formado un vínculo especial entre ellas. La Hermana Josefa, con la sabiduría y paciencia que la caracterizan, compartió con Alicia historias sobre tu vida, Madre Asunción. Sin duda, las palabras de la Hermana Josefa cautivaron a mi hija, ya que nos ha repetido desde entonces varias veces alguno de los relatos.

Una de las historias que más impactó a Alicia fue la anécdota del toro. La Hermana Josefa relató con detalle cómo, en 1936, algunas hermanas y usted, Madre Asunción, os encontrasteis cara a cara con un toro bravo mientras se refugiaban en una casa. Tu valentía y tu fe inquebrantable Madre Asunción, al hacerle la señal de la cruz al toro y detenerlo en su embestida, dejaron a Alicia maravillada. «No temáis, hijas mías, que Dios está con nosotras», fueron tus palabras, Madre Asunción, que resonaron en el corazón de mi hija. Ese día, Alicia aprendió no solo sobre la vida de una mujer extraordinaria, sino también sobre la fuerza del espíritu humano y la protección divina que guía nuestros pasos, incluso en los momentos más temibles.

Nuestros hijos tienen una vida privilegiada. Por ejemplo, Luis ha tenido la oportunidad de estudiar un curso entero en Canadá, de vivir experiencias que muchos niños solo pueden soñar. A veces, me pregunto si realmente son conscientes de la suerte que tienen. Fue durante nuestra convivencia que Luis tuvo la oportunidad de compartir un momento peculiar con la Hermana Paula. No fue una conversación profunda o reveladora, sino más bien un encuentro casual en la cocina mientras preparaban hielo. A Luis le sorprendió la fuerza con la que Paula manejaba las bandejas y utensilios, un recordatorio sutil de que esta mujer, aunque de apariencia delicada, ha enfrentado desafíos que requerían de una fortaleza interna y externa extraordinaria.

En casa, les hemos hablado mucho a los niños de Paula y su labor en Mozambique, intentando inculcarle la importancia de valorar lo que tienen y de la compasión hacia aquellos menos afortunados. Las historias de niños en Mozambique que, a pesar de las adversidades de la guerra y las minas antipersona, encuentran motivos para sonreír gracias a la labor de Paula, contrastan con la realidad cómoda de nuestros hijos.

Aquel encuentro en la cocina, aunque breve, sembró un grano de reflexión. Un recordatorio de que, aunque haya tenido la suerte de crecer con comodidades, hay un mundo más amplio allá afuera, lleno de historias de resiliencia y esperanza que pueden enseñarnos lecciones valiosas sobre la vida y la humanidad.

Mi hijo Pablo, con su carácter extrovertido y sociable, siempre ha tenido la capacidad de conectar con las personas a su alrededor. Como cualquier niño, tiene una curiosidad innata y sus constantes preguntas reflejan una mente ávida de conocimiento y comprensión. Tiene un punto de líder; siempre buscando entender y aprender de los demás.

Durante nuestra convivencia, aunque Pablo y la Hermana Magdalena no tuvieron una conversación extensa, fue evidente el impacto que Magdalena tuvo en él simplemente con su presencia y acciones. Magdalena, con su firmeza y cariño, fue la columna vertebral de la organización del día. Su capacidad para gestionar y coordinar, garantizando que todo transcurriera sin contratiempos, es un reflejo de su experiencia y fortaleza adquiridas durante sus años de servicio en el Hospital Penitenciario de Carabanchel y en el Centro Penitenciario de Valdemoro.

Magdalena representa un ejemplo tangible de dedicación y servicio desinteresado, especialmente con su valiosa labor en la cárcel. A pesar de los desafíos que enfrentó, su compromiso con la humanidad y con brindar consuelo en momentos oscuros es una inspiración. Sin duda Pablo captó el espíritu de perseverancia y bondad que Magdalena encarna. Así nos lo hizo saber en el viaje de vuelta después de la convivencia. Ojalá a medida que Pablo crezca y decida su rumbo en la vida, encuentre inspiración en figuras como Magdalena y aplique ese mismo espíritu de servicio y comprensión en todo lo que emprenda.

Tras las reflexiones iniciales, la jornada nos llevó a una sesión de trabajo con la pastoral penitenciaria, dirigida por el capellán Pablo con su característica maestría. En medio de este encuentro, los voluntarios decidimos sorprender a Magdalena con un pequeño detalle: un cirio con la imagen de Madre Asunción. El brillo en sus ojos y la emoción palpable en el ambiente nos mostraron cuánto significó para ella ese gesto. No se lo esperaba, y su gratitud y emoción fueron un testimonio silencioso de la profunda conexión que todos compartíamos en ese momento.

La mañana se desvaneció y dio paso a un ambiente festivo mientras todos nos reuníamos alrededor de una deliciosa paella. La comida fue el complemento perfecto para las conversaciones animadas y las risas compartidas. La tarde nos dio un respiro, permitiendo a muchos, especialmente a los hombres, disfrutar de una siesta reparadora. Mientras tanto, los más jóvenes, acompañados de otros voluntarios, aprovechamos el momento para charlar.

Ya avanzada la tarde, nos congregamos para planificar el curso que se avecina y detallar los preparativos para el Día de la Merced. Las ideas fluyeron y la colaboración fue la tónica dominante. El padre Enrique aportó su perspectiva junto con Carmen, que había venido acompañada de su hija Montse. Alfonso, con su entusiasmo característico, también brindó valiosos aportes. Sé que hay muchos voluntarios que han contribuido de maneras invaluables, y aunque no pueda mencionar a todos por su nombre, su presencia y esfuerzo no pasaron desapercibidos.

La jornada culminó con una misa, un momento de reflexión y gratitud por las bendiciones y las experiencias compartidas. Durante la ceremonia, hubo un recuerdo especial para ti, Madre Asunción. El aire se llenó de una solemnidad palpable mientras todos recordábamos su legado y su amor. Magdalena, con su voz serena y llena de emoción, compartió unas palabras que tocaban el alma, evocando tu espíritu y la devoción que todos te tenemos, Madre Asunción. Sus palabras nos recordaron la importancia de la fe, el servicio y la dedicación desinteresada a los demás. Fue un momento que, sin duda, quedará grabado en nuestros corazones, uniéndonos aún más en la misión y el propósito que todos compartimos.

Después de la inolvidable convivencia, nos encontramos reflexionando sobre la profunda impresión que nos dejó. Muchos me han preguntado por qué decido ser voluntario en la cárcel, y la respuesta, aunque parece compleja, se encuentra en las experiencias y lecciones aprendidas durante días como este. Como bien dijo un sabio, «el corazón tiene razones que la razón ignora». Cada persona con la que hablas en la cárcel, en cada historia de vida que se cruza en mi camino, encuentro un eco de la humanidad que todos compartimos. Y en ese acto de dar, de servir, es fácil descubrir una profundidad de amor y comprensión que se asemeja al cariño incondicional que usted Madre Asunción, mostraba a cada ser que encontraba. Es en ese misterio de amor desinteresado donde encuentro la razón, el propósito.

Mis hijos con frecuencia me muestran una perspectiva fresca sobre la vida. Como dice el adagio: «Nadie puede valorar tanto la vista como el que la ha perdido». Aunque afortunadamente no hemos experimentado la pérdida de la visión en carne propia, el contacto con realidades diferentes nos abre los ojos al vasto espectro de experiencias humanas. Estamos aprendido a ver más allá de lo evidente, a apreciar las pequeñas bendiciones y a reconocer la fortuna que llevamos en nuestras vidas. En todo ello, veo reflejada la luz de la Madre Asunción, recordándonos constantemente la importancia de la gratitud y el amor en nuestras acciones diarias.

Madre Asunción, con su legado de amor y sacrificio, nos has enseñado que la verdadera visión no se limita a lo que vemos con nuestros ojos, sino a cómo percibimos y sentimos con el corazón. En este viaje de autoconocimiento y servicio, deseo que mis hijos, al igual que todos nosotros, podamos descubrir esa chispa divina que reside en cada encuentro, en cada gesto de bondad, recordándonos siempre el amor infinito que nos has enseñado.

Al finalizar estas líneas, mi corazón rebosa de gratitud. Te doy las más sinceras gracias por el día maravilloso que nos regalaste, por habernos permitido cruzarnos en el bendito camino de sus tres amadas hijas: la dulce Hermana Josefa, la valiente Hermana Paula y la cariñosa Hermana Magdalena. Cada una de ellas, a su manera, ha iluminado nuestras vidas con destellos de su amor y devoción.

La herencia que has dejado no es solo de palabras o de recuerdos, sino de acciones llenas de amor y compasión que siguen resonando en el mundo. Cada gesto de caridad, cada momento de consuelo, cada sonrisa compartida es un testimonio viviente de su amor y compromiso.

Al reflexionar sobre este día y todo lo que hemos vivido y aprendido, vuelvo a la pregunta con la que comencé esta carta: ¿Qué es la felicidad? Ahora, con una perspectiva más amplia y enriquecida, puedo afirmar que la felicidad no solo se encuentra en los momentos de alegría o en las posesiones materiales, sino también en el acto de dar, de servir, de conectar con los demás y de reconocer la divinidad en cada encuentro humano. La verdadera felicidad radica en comprender y apreciar la profundidad del amor y la devoción que personas como usted, Madre Asunción, y sus tres amadas hijas nos han mostrado. Mientras mi familia y yo seguimos adelante, llevando en nuestro corazón las lecciones y bendiciones de ese día, encontramos en cada acto de bondad y en cada sonrisa compartida un eco de esta felicidad verdadera, esta que nos has enseñado con su legado. La felicidad, en su esencia más pura, es el amor en acción, y en usted, Madre Asunción, y en sus hijas, vemos ese amor personificado.

Con eterna gratitud y cariño,

Luis

 

Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús

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